CÍRCULO DE DISCUSIÓN SOBRE ATENTADOS 11 SEPTIEMBRE
EL MIEDO
Miedo del terrorismo
Miedo de las explosiones
químicas o nucleares
Miedo de la guerra
Miedo de los despidos
Miedo de las vacas locas
Miedo de una catástrofe ecológica
Tras el horror masivo de las Torres Gemelas, he aquí el fantasma de represalias en Afganistán por parte del primer ejército del mundo. No se sabe todavía muy bien qué forma le darán el sheriff Bush y su estado mayor. Estemos seguros al menos, conociendo la poca delicadeza de que hace gala normalmente el Ejército de los EE.UU. en sus operaciones de gendarmería internacional, que éstas conducirán a sumergir a las poblaciones locales en la angustia extrema, provocando directa o indirectamente su muerte. A los miles de desdichadas personas civiles matadas en el World Trade Center y en Washington corren el peligro de añadirse multitudes de nuevas víctimas no más responsables de lo que les sucede, o les ha sucedido, que las otras, en Nueva York, en Prístina o en Bagdad. La barbarie sigue a la barbarie.
¿Quiénes son los responsables?
Para las carnicerías del 11 de septiembre, se señala con el dedo a la pandilla de Osama Ben Laden. Es muy probable que él, o cualquier otra banda terrorista islámica, chiíta o sunita, haya podido dar el golpe. Los jefes de estos movimientos no merecen más que nuestro desprecio. Se dan aires de gurús místicos, de locos de dios. ¿Son esto realmente? ¿No juegan más bien el papel de tartufos para mejor satisfacer sus apetitos personales de poder? No es imposible imaginar que así sea pero, incluso si fuesen creyentes sinceros, no olvidemos que las gentes de iglesia, de sinagoga o de mezquita, de ayer y de hoy, han mostrado y muestran todavía que pueden ser los más sangrientos servidores del dios Estado, islámico u otro. Recordemos a Jomeini, a los rabinos extremistas en Israel, los sacerdotes genocidas de Ruanda...
En realidad, estos criminales - es el nombre que merecen - toman como rehenes a toda una parte de las poblaciones del mundo, musulmanes en este caso, que están abandonadas al margen de la civilización industrial y tecnológica del capitalismo. De estas gentes que se mueren de hambre, de miseria, de guerras locales, sin perspectiva de futuro, impotentes, los aventureros con piel de molah no tienen ningún inconveniente en explotar los sentimientos de injusticia y de revuelta. En Kabul, en Jerusalén, en Sudán, en Egipto..., Ben Laden y sus homólogos fanatizan a desesperados antes de transformarlos en bombas humanas para empresas tanto más suicidas y asesinas cuanto que no abren ningún futuro sino a las pandillas llamadas islámicas que las predican. Esto es un primer grado de responsabilidad, pero no el más elevado.
El primer comanditario,
es el capitalismo mundial.
El principal responsable, el comanditario objetivo de las muertes de Nueva York y de Washington, o de las que se produjeron el mismo día en Palestina, es el sistema capitalista mundial. Lo que suministra al terrorismo islámico su mantillo de desarrollo, es fundamental-mente la incapacidad del modo de producción capitalista para administrar, de otro modo que no sea desastroso, los recursos humanos, naturales y técnicos del planeta. El desarrollo del islamismo desde hace al menos veinte años es una de las demostraciones de la ineptitud del capitalismo mundial para profundizar en la integración económica e ideológica de vastas regiones. Después de la crisis económica de los años de 1980, se ha visto incluso una regresión en la vía de esta integración en una gran parte del globo. Y es ahí donde, como una bomba, estalla todo el cinismo contenido en la "guerra santa" antiterrorista que George Bush, seguido de sus acólitos del mundo entero, emprende hoy en nombre de "la justicia, la libertad y los valores progresistas de Occidente".
Inmundos hipócritas
Los terroristas a los que todos estos cruzados dan caza ahora, son ellos, con los Estados Unidos a la cabeza, quienes, ayer, los han creado, moldeado, formado y armado. De Osama Ben Laden, en tiempos de la guerra entre el Ejército Rojo y los resistentes afganos, y aun después, en la lucha entre los talibanes y Massud, son los Estados Unidos los que se han servido y a quien han protegido. Ellos son los que, después de haber suministrado armas de alta tecnología a los talibanes sanguinarios, han cerrado los ojos ante el régimen de terror obscurantista que éstos ejercían desde Kabul sobre las poblaciones. El tío Sam y sus aliados, occidentales o árabes, son los que, en 1990, condenaban ya a Sadam Hussein después de haberlo dotado de toda la potencia de fuego deseable en su guerra contra el Irán jomeinista, la primera plaga de la época, cuando el tirano de Bagdad pasaba todavía, en Occidente, por ser un interlocutor ciertamente en déficit de democracia, pero a fin de cuentas laico e incluso un poco socialista (pues era el jefe del partido baas). No, nosotros no tenemos que recibir ninguna lección de moral de mentirosos criminales.
Ellos quieren, según dicen, erradicar el terrorismo del mundo. Pero el terrorismo, en todos los tiempos y, sobre todo, en el capitalismo, es un instrumento constante de la política interior y exterior de los Estados. Por la necesidad de promulgar leyes perversas contra los agitadores sociales - es así como hablan - los dirigentes capitalistas alientan o incluso fabrican con todo detalle atentados terroristas. Se ha comprobado, por ejemplo, que en 1969 los servicios de seguridad italianos manejaron los hilos del atentado sangriento de la plaza Fontana, en Roma, después cargado a los anarquistas.
A propósito del World Trade Center, se nos ha trazado un paralelo con Pearl Harbor. Sobre esto precisamente, varios autores han formulado la hipótesis de que el Pentágono estaba perfectamente al corriente del proyecto de bombardeo de esta base naval americana por el ejército imperial del Japón, pero que permitió que se llevase a cabo porque la Casa Blanca necesitaba una conmoción sicológica a fin de forzar la adhesión de la población de los Estados Unidos a la segunda guerra mundial. No es más que una hipótesis, pero está totalmente en la lógica de los asuntos de Estado. Como con el confuso asunto, en 1964, de los torpederos americanos que se pretendió habían sido atacados por las fuerzas del general vietcong Giap: es de ahí de donde el presidente de EE.UU. Lyndon Johnson extrajo el argumento para la intervención de los GI en Indochina. Todos los Estados capitalistas son en realidad los verdaderos terroristas. Cuando el terrorismo es cosa de Estados subalternos o de movimientos que aspiran al poder estatal (véase el IRA, la ETA, las mafias nacionalistas corsas, etcétera), es estigmatizado por los grandes Estados, que condenan el uso artesanal que estos subalternos hacen del arma del terror. ¿Cómo? ¿Los atentados innobles contra las torres gemelas del bajo Manhattan? Odioso, por supuesto, pero ¿más terroristas que las bombas atómicas sobre las ciudades, no militares sino civiles, de Hiroshima y de Nagasaki? ¿Que las bombas de fósforo lanzadas por la RAF británica sobre Dresde en 1945? ¿Que los campos de exterminio de Hitler? ¿Los gulags de Stalin? ¿Las aldeas del campo rociadas de NAPALM en Vietnam por la Fuerza aérea de los EE.UU.? La Francia social-liberal (o al revés), ¿no era terrorista cuando suministró a algunos dictadores africanos las cubetas para recoger la sangre de los genocidios de Ruanda, del Zaire...?
La verdad de sus mentiras
¿Para qué va a servir, en nuestras bellas regiones "civilizadas", el antiterrorismo contra Ben Laden?¿Para adoptar medidas que impidan la infiltración de terroristas extranjeros en "nuestros" suelos? Sí, un poco, sin duda, pero sobre todo para reforzar el arsenal de los dispositivos policíacos internos ya hipertrofiados. ¿Y con qué intención? ¿Rodear a los agentes islámicos? Quizá, pero ante todo para dominar las manifestaciones sociales de la rebelión contra el orden burgués establecido. Algunos que empujan al crimen, como Berlusconi a propósito de los "anti-globalización", ¿no propagan ya la idea de que algunas formas de crítica radical al capitalismo pueden ser asimiladas al terrorismo? He ahí de qué modo desvergonzado explotan a las víctimas de las Torres Gemelas. Una de las manifestaciones más inmediatas de la asociación de los Blair y otros como Schröder o Chirac ante la cruzada de Bush ha sido la voluntad de fortalecer el famoso espacio jurídico-policiaco europeo. ¿Sólo habría motivos morales y justicieros en la expedición militar en Afganistán?¡Venga ya! Muchos otros móviles, y más importantes, existen. Al menos, de tres órdenes:
De la misma manera que el establecimiento de bases militares estables en la orilla del golfo Pérsico y en la antigua Yugoslavia ha sido la continuación de las operaciones contra Sadam Hussein en 1990 y Milosevic a finales de los años 90, de igual modo el despliegue del Ejército de EE.UU. en Asia central es probablemente el preludio de una instalación sólida en esta parte del mundo. Los Estados Unidos, que se arrogan el papel de gendarme mundial, no estaban todavía ahí militarmente y es, sin embargo, una zona capital, en proximidad con cuatro países que poseen el arma nuclear: Pakistán, India, China y Rusia, en contacto con Irán y las repúblicas del sur de la antigua URSS, sede de potencialidades conflictivas extremadamente complejas.
Esta misma área, por el lado del mar Caspio, contiene yacimientos petrolíferos muy importantes, la puesta en explotación de los cuales, especialmente el recorrido de los oleoductos, constituyen precisamente una fuente de alimentación de las tensiones estatales locales.
Finalmente, hay un tercer aspecto a considerar. Es la necesidad de los Estados Unidos de reafirmar, a través de una expedición armada que sólo ellos pueden llevar a cabo, su autoridad de primera potencia del planeta respecto de los contrincantes que representan, en primer lugar, los países de la Unión europea. Los Estados Unidos ya no pueden contar exclusivamente sólo con su fuerza económica para asentar su liderazgo. En el asunto afgano de hoy, como ayer a propósito del Golfo, todas las potencias capitalistas tienen, sin duda, un interés común en "asegurar" estas zonas que albergan o rodean las torres de perforación de petróleo y, por ello, en apoyar las operaciones militares del tío Sam, bien que éste se reserve la última palabra en cuanto a los grifos del oro negro. Sin embargo, por encima de este consenso momentáneo, las potencias europeas, Japón, China, India, etc., aprovechan todas las ocasiones para jugar su propia carta diplomática o económica e intentar minimizar, si no discutir, la supremacía mundial de los Estados Unidos. En este sentido, nuevos conflictos surgirán inevitablemente.
Todos somos rehenes
del capitalismo
Ben Laden y sus semejantes toman como rehenes a las poblaciones de lo que se llamaba hace poco el tercer mundo. Es cierto. Pero no es solamente ahí donde existe una desigualdad, menos escandalosa aunque real, en el reparto de los frutos de la producción del trabajo humano. Los desfavorecidos de los supuestos El Dorados capitalistas son igualmente prisioneros de la máquina capitalista. Ellos, que apenas han tenido tiempo de recoger algunas mondaduras del corto período precedente de crecimiento económico, ¿no ven ya cómo se les prometen las angustias de la nueva recesión? ¡Y he ahí una vez más otro noble uso capitalista de los atentados de Nueva York y Washington! Los aviones kamikazes vienen en el momento preciso para endosar la responsabilidad de un retroceso económico que habría llegado de todos modos. Gracias a los Boeing que se estrellaron, sería necesario que los proletarios, en Estados Unidos o en otro lugar, aceptasen ser despedidos en seco, arrojados a la calle, toleren ir a engrosar las cohortes de los marginados, como señal de devoción al dios Capital, como signo de patriotismo económico. Tendríamos que consentir en jugarnos la vida para hacer saltar de júbilo la Bolsa. ¡Repugnante!
El capitalismo, un mundo
de miedo generalizado
¿Cómo? ¿La lucha del mundo occidental contra el Oriente? ¿El combate del bien progresista contra el mal retrógrado? ¿Qué nos cuentan que deberíamos tragarnos como imbéciles que no somos? Aquí, la peste; allí, el cólera, no hay elección posible entre estas plagas. El mundo es como un todo capitalista y, como un todo, es insoportable. Allí mismo donde ya no se muere del todo de hambre, donde la miseria se envuelve en algunas capas doradas, trabajadores explotados en la cuerda floja del empleo o parados, se palma de miedo. Paradoja angustiosa, vivimos en medio de una inmensa concentración de medios tecnológicos, de una acumulación de bienes de equipo sofisticados y, al mismo tiempo que nos aprovechamos muy poco de las prodigiosas riquezas producidas por nuestro trabajo, tenemos el canguelo de la intoxicación por alimentos adulterados, la mieditis de las manipulaciones genéticas, de las vacas locas, del sida y de otras epidemias, así como de otras mil operaciones dictadas por la carrera desenfrenada del capitalismo tras el parné.
Ilusoriamente protegidos por la técnica, somos las cobayas de los supuestos accidentes que fueron, ayer, Seveso, Bhopal o Chernobil y, hoy, Tolosa, en espera de catástrofes todavía más terribles. El capitalismo demuestra una potencia de desarrollo increíble, pero en modo alguno domina las fuerzas que engendra. Su huida hacia delante, tan frenética como ciega, nos condena a todos los patinazos. Sobrevivimos con el miedo cada vez más palpable de que los efectos de su desbocamiento anárquico no nos vuelvan a caer sobre la cabeza con la precisión "quirúrgica" de un avión de línea interior estrellándose contra un rascacielos.
La "seguridad de las poblaciones inocentes": el discurso estatal no tiene palabra más acuciante que decirnos y repetirnos hoy. Pero no hay ninguna seguridad en el capitalismo. Este no es más que un vasto régimen de inseguridad social. He ahí la mundialización más cierta que se puede esperar del capitalismo.
La humanidad está hoy entre la espada y la pared, pues su desarrollo harmonioso exige un vuelco radical del orden social, la toma en sus propias manos de los medios de producción por los productores mismos para la satisfacción de las necesidades humanas y no para la ganancia. Este poner patas arriba significa la instauración de un mundo sin fronteras, sin Estado, sin clases, sin explotación, sin dinero. Nosotros lo llamamos comunismo, sabiendo que nunca ha existido, y aun cuando esta palabra ha sido ensuciada, desnaturalizada, por las monstruosas falsificaciones estalinistas.
Es una revolución y, como tal, no depende sólo de la voluntad individual sino de la acción de una fuerza social engendrada por el capitalismo y representando su contrario exacto. Esta fuerza social, que concentra en sí todas las formas de miseria y de opresión del sistema, que no tiene nada que perder realmente, es cada vez más una fuerza mundial, no étnica, ni nacional, ni confesional (musulmana, judía, cristiana o budista). Puede ser un todo, por encima de los países y de los caracteres específicos locales, por la misma manera de ganarse el pan cotidiano, por idénticos modos de lucha contra la explotación. Es la multitud de los proletarios, la única clase capaz de absorber en sí todas las reivindicaciones sociales, políticas y culturales de las otras categorías de poblaciones explotadas, de los Estados Unidos a Afganistán. De unificarlas en un solo movimiento general anticapitalista.
Esta fuerza ha mostrado ya en el pasado, en la Comuna parisina de 1871, en la Rusia de 1917, en la España de julio de 1936, en 1968 en Francia, en la Polonia de 1980 e incluso en las huelgas de los obreros petroleros del Irán jomeinista, en 1979..., que era potencialmente capaz de abatir o conmocionar el Estado "burgués". Ella continúa siendo capaz de hacerlo.
Proletarios del mundo entero, en nosotros solos se apoya el futuro de la humanidad, con todos los desvalidos y otras víctimas del capitalismo que ésta engloba. Sólo cumpliremos verdaderamente con esta tarea emancipadora identificándonos claramente como clase:
Nada de unión sagrada contra el terrorismo en pos de "nuestro" Estado: éste es todavía más terrorista que las mafias islámicas. Es hora de que el miedo cambie de bando.
Nada de Santa Alianza con los patronos capitalistas, nada de deber patriótico para salvar al capital nacional y a la Bolsa. Es el capitalismo el que explica de verdad el por qué del terrorismo islámico, el por qué nosotros estamos nuevamente amenazados, o condenados a ir a inscribirnos a las oficinas del paro
Nada de división entre nosotros. Nuestro enemigo no es el proletario árabe, judío, europeo, afgano o americano, sino los capitalistas. No nos equivoquemos de blanco, dirijamos bien nuestra cólera.
Nada de vías intermedias con el capitalismo. Éste no es reformable, no se lo puede pacificar. En menos de cien años, dos guerras mundiales, un montón de guerras coloniales, guerra ruso-afgana, guerra entre Irak e Irán y, sólo en el último decenio: guerra del Golfo, guerras en el Cáucaso, guerra de Bosnia, guerra indio-pakistaní, guerra de Kosovo... ¿No basta esto como prueba contra la inutilidad de los discursos pacifistas? El capitalismo es la guerra (o el terrorismo): ¡guerra al capitalismo!
Tenemos dudas sobre los camelos que balancean ante nosotros para justificar la llamada cruzada anti-Ben Laden. No rumiemos estas reflexiones en solitario. Discutámoslas entre dos, entre cinco, entre veinte, con los compañeros del trabajo o los amigos de los lugares sociales en los que se desarrolla vuestra vida cotidiana. Discutamos. A propósito de este texto u otros de igual inspiración.
Internacionalistas
París, 5 de octubre de 2001
Escribir a:
Cercle de discussion de Paris
MBE/38
69, boulevard Saint-Marcel
75013 Paris
Internet:
cerclediscussionparis@hotmail.com