Los Consejos Obreros
en la teoría de la Izquierda Comunista holandesa y alemana
Los consejos obreros se convierten por una vez en la naturaleza
De toda la humanidad sobre la Tierra
Así como en un gran manojo de flores
El mayor rayo de sol contemplado juntos.
Son lo más supremo del ser acabado en común
Son la supresión del ser solitario,
En cada hombre, mujer y tierno niño
La humanidad encuentra su única meta.
Los consejos obreros son luego como la luz
Son la verdad y la fuente de la verdad
Son la consolidación en un gran todo
De la humanidad, el nudo del trabajo,
Son la creación de la humanidad - ella es la luz.
(Herman Gorter, El Consejo Obrero).
La importancia decisiva de los Consejos Obreros para el Nuevo Movimiento Obrero, nacido de las ruinas de la Primera Guerra Mundial, se notaba aún antes de la ola revolucionaria de 1917-1921, que permitió crecer a estas organizaciones desde el enorme terremoto proletario en países tan diferentes como Alemania, Hungría, Austria y Rusia. Es en este último país donde aparecieron en 1905 los primeros Consejos Obreros, que bajo esa última forma de organización semejaban ser la forma final del primer autogobierno de los obreros desde la Comuna de París.
La contribución de la Izquierda holandesa, o más bien de la Izquierda holandesa-alemana, para la reflexión teórica sobre los Consejos Obreros, no sólo es un simple reconocimiento de esta forma de praxis revolucionaria del proletariado. Contiene inicialmente el reconocimiento del factor espiritual, es decir, del factor conciencia, para dar vida a las formas de lucha del proletariado.
Inicialmente, sin ninguna filosofía de la acción, el proletariado deberá ser incapaz de emanciparse. Los factores objetivos (los de la crisis), los de la organización (los sindicatos y el partido) de minorías dirigentes, no bastaban. Estaba ausente un factor esencial: el factor de las masas, animado por la conciencia de su objetivo revolucionario.
Para eso la contribución de Dietzgen es fundamental para explicar el nacimiento de la Izquierda Comunista holandesa y el desarrollo de la teoría de los Consejos Obreros por Pannekoek.
1. La conciencia de clase. La influencia de Dietzgen.
Para la Izquierda holandesa, la revolución no es un producto de las toscas fuerzas materiales, como en el campo físico, sino principalmente una cuestión de desarrollo del espíritu: hay una victoria inicial del espíritu antes de toda victoria material. Ésta es la razón por la que sus adversarios la presentaban a menudo como una "corriente idealista".
La Izquierda holandesa era una corriente marxista que, como todos los "radicales", tales como Rosa Luxemburgo, subrayaron la importancia del factor de la conciencia en la lucha de clase, factor que en esos tiempos era definido -de acuerdo con la terminología- como el "factor espiritual".
El guía intelectual de los marxistas holandeses, a lo largo de sus primeras luchas contra el revisionismo y el mecanicismo de los "vulgarizadores" del marxismo, fue incontestablemente Joseph Dietzgen.
El filósofo socialista Joseph Dietzgen (1828-1888) había sido saludado, después de la publicación de su libro La naturaleza del trabajo mental (Das Wesen der Kopfarbeit) (1) en 1869, como uno de los mayores inventores del materialismo dialéctico, así como Marx, y Engels, en su famoso folleto Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888). Engels saludó la identidad metodológica entre él, Marx y Dietzgen: "Y esta dialéctica materialista, que durante años ha sido nuestra mejor herramienta de trabajo y nuestra arma más afilada, fue, de modo bastante notable, no sólo descubierta por nosotros sino también, independientemente de nosotros e incluso de Hegel, por un trabajador alemán, Joseph Dietzgen" (2). A pesar de este cumplido del autor del Anti-Dühring, las obras filosóficas de Dietzgen encontraron un débil eco por parte de los principales teóricos de la IIª Internacional. Éstos juzgaron la filosofía de Dietzgen como una pálida repetición de Marx, en el peor de los casos una emanación sospechosa de idealismo. Franz Mehring criticó una dialéctica "privada de conocimiento", víctima de una cierta "confusión" (3). Plekhanov no encontró ningún contribución original a la teoría materialista y rechazó con desdén la "confusión" de una teoría le que parecía demasiado idealista, e incluso un refugio comparándola con los "materialistas" del siglo XVIII. Creyó detectar en Dietzgen un esfuerzo "por reconciliar la oposición entre idealismo y materialismo" (4). Esta desconfianza podría explicarse en parte por el amplio eco encontrado por Dietzgen entre ciertos círculos idealistas, que intentaron desarrollar junto con el hijo de Dietzgen el llamado "Dietzgenismo" (5). En plena lucha teórica contra las desaventuras del "Dietzgenismo" y del "Machismo" (la teoría del físico Mach) los socialistas de izquierdas rusos y alemanes le endosan estar vistiendo de etiqueta un nuevo idealismo. Esta opinión estaba lejos de ser compartida por Lenin y la masa de los militantes bolcheviques (6), quienes, como la Izquierda holandesa, encontrarían en Dietzgen "maestro" espiritual opuesto a la visión fatalista y mecanicista transmitida por el llamado "materialismo histórico" subestimando la actividad de la conciencia en la lucha de la clase.
El interés de la izquierda marxista por Dietzgen consistía no sólo en el crítica materialista de la filosofía especulativa (Kant y Hegel), sino también en el rechazo de la concepción materialista vulgar de la mente, definida como una simple reflexión de la Materia. Dietzgen rechazó la distinción rígida hecha por los idealistas y los materialistas vulgares del siglo XVIII entre "la mente" (Geist) y "la materia". El cerebro no era un simple receptáculo externo del mundo tangible, sino ante todo el campo de la actividad del pensamiento. El trabajo espiritual (geistig) del cerebro aparecía con la elaboración de los objetos sensibles bajo la forma de conceptos que lo recogen en una totalidad y unidad indisociables. De aquí un rechazo del empirismo, que así, introduciéndose en el idealismo, considera que la Materia es eterna, imperecedera, e inmutable. Realmente, para el materialismo dialéctico e histórico "la Materia consiste en el cambio, la materia es lo que cambia y la única cosa que permanece es el cambio" (7). Se sigue que cualquier conocimiento es conocimiento relativo; no es posible fuera de los "límites dados". Por último, este conocimiento relativo de substancia material puede tener lugar solamente mediante una intervención activa de la conciencia. Esta conciencia, llamada "espíritu" (Geist), establece relaciones dialécticas con la materia. Existe una interacción permanente entre "la mente" y "la materia": "El espíritu es una materia para las cosas y las cosas una materia para el espíritu. El espíritu y las cosas sólo existen mediante sus relaciones" (8).
La teoría de Dietzgen no estaba en contradicción con la de Marx y Engels. A menudo, al precio de la torpeza de la terminología, ésta la prolongó, desarrollando una "ciencia del espíritu humano". Este "espíritu" era un complejo de cualidades indisociables: conciencia, inconsciencia, moral, psicología, y racionalidad. Desde un punto de vista revolucionario, la contribución de Dietzgen se había caracterizado por una triple insistencia: a) la importancia de la teoría, como aprehensión y transformación radical de la realidad; y por consiguiente el rechazo de cualquier empirismo reduccionista; b) la relatividad de la teoría que cambia con el cambio de "la materia social"; c) el papel activo de la conciencia sobre la realidad, de la cual no es la reflexión sino el contenido mismo. Tal sistematización de las lecciones esenciales del marxismo constituyó de hecho una herramienta contra cualquier reducción del marxismo al puro fatalismo económico y contra cualquier fosilización de los recursos del método y los resultados del materialismo histórico.
Todos los principales tribunistas holandeses, Gorter, Pannekoek y Roland Holst estaban llenos de entusiasmo por Dietzgen, hasta el punto de estudiarlo completamente, comentar sobre él y traducirlo (9). La insistencia en el papel del "espíritu" y en la lucha de clases era un llamamiento directo al desbordamiento del rígido armazón de la burocracia socialdemócrata y sindical por la espontaneidad de los obreros. Era una llamada directa a la lucha contra las dudas revisionistas y el fatalismo que consideraba el capitalismo como "eterno" e "imperecedero", como la materia. Era especialmente una llamada a la energía y al entusiasmo de la clase obrera en su lucha contra el sistema existente, lucha que requería conciencia, espíritu de sacrificio, y tiene su causa, resumiendo, en cualidades morales e intelectuales. En esta llamada a una nueva ética proletaria, los marxistas holandeses la encontraron o creyeron descubrir en los escritos de Dietzgen (10). Mediante la crítica del materialismo burgués tradicional y del marxismo popularizado y simplificado, los teóricos holandeses desarrollaron de hecho una nueva forma de moral "proletaria" y de conciencia de clase. Dietzgen era, para ellos, sólo una dirección reveladora del marxismo, cuyos conceptos habían sido distorsionados por la visión reformista.
En la Izquierda holandesa, sin embargo, la interpretación del papel del "espíritu" en la lucha de la clase divergió. La interpretación de Dietzgen por Roland Holst era nada menos que una mezcla idealista de entusiasmo y moral, una visión religiosa minimizando el recurso a la violencia en la lucha contra el capitalismo (11). Gorter, mucho más "materialista", era más voluntarista, aportando una interpretación centrada, de hecho, en las condiciones subjetivas, definidas como "espirituales": "El espíritu debe ser revolucionado. Los prejuicios, la cobardía deben extirparse. De todas las cosas, la más importante es la propaganda espiritual. El conocimiento, la fuerza espiritual, aquí toman precedencia y son esenciales como la cosa más necesaria. Sólo el conocimiento proporciona una buena organización, un buen movimiento sindical, una política correcta y a través de esto progresos en la dirección económica y política" (12). Y Gorter, calificado a veces de idealista e "iluminista" (13), tuvo cuidado de dar contenidos especialmente militantes al "factor espiritual", excluyendo cualquier fatalismo: "La fuerza social que nos empuja no es un destino muerto, una masa de materia desobediente. Es la sociedad, es una fuerza viva... Nosotros no hacemos la historia de nuestra propia voluntad, pero nos permite hacerla a nosotros" (14). Para Pannekoek, por otro lado, el factor espiritual resulta del desarrollo de la teoría. Esta es tanto un método de economía del pensamiento, en el puro "conocimiento", como un conocimiento consciente y racional, cuyo papel es "retirar la voluntad del impulso tan poderoso, directo, instintivo, y subordinarla al conocimiento consciente y racional. El conocimiento teórico permite al obrero escapar a la influencia del interés inmediato y restringido para beneficio de los intereses de clase generales del proletariado, encuadrar su acción en el interés a largo plazo del socialismo" (15). Para Pannekoek el papel del "espíritu" encaja en la "ciencia espiritual", que significa el desarrollo de armas críticas y científicas contra la ideología burguesa.
Las formas de conciencia de clase en la Izquierda holandesa.
El poder del proletariado, según la Izquierda marxista, no descansa solamente en su número (la concentración) y su importancia económica. Llega a ser una clase para sí misma (en sí y para sí: in sich and für sich) cuando no sólo se da cuenta de su fuerza, sino de sus intereses particulares y objetivos. La conciencia (Bewusstsein) da a la clase obrera existencia en la historia. Cualquier conciencia es autoconciencia (Selbstbewusstsein): "Es sólo gracias a su conciencia de clase que el gran número se transforma en un número para la clase misma y que este último conduce a apropiarse de lo que es esencial a la producción; es sólo gracias a eso que el proletariado puede satisfacer sus intereses, lograr su objetivo. Sólo la clase de conciencia permite a este enorme y musculoso cuerpo alcanzar existencia y ser capaz de acción." (16)
De un modo tradicional, en el movimiento marxista Pannekoek y la corriente de la Izquierda holandesa analizaron los distintos grados de conciencia de clase, en su dimensión histórica. Al principio, no hay una conciencia completada y asignada a un propósito especial, una conciencia de clase, para tomar de nuevo la formulación de Lukács (17) -tal y como sería hipotética e idealmente si hubiese llegado a la madurez-. La forma primitiva de la conciencia de clase, esencial a la lucha, descansa en "el instinto de las masas" o en "el instinto de clase". Mientras mostraba que este instinto, que aparece en la acción espontánea, es "para un actuar dado por el sentimiento inmediato, en oposición al actuar fundado en una reflexión inteligente", Pannekoek afirmaba que "el instinto de las masas era la palanca del desarrollo político y revolucionario de la humanidad " (18). De una manera algo soreliana, esta aporía tenía la apariencia de una glorificación del "instinto seguro de la clase". Nada de eso. Para Pannekoek, este instinto era "la conciencia de clase inmediata", no pulida, no todavía llegada a su forma política y socialista. En su polémica contra los revisionistas kautskianos, en relación con las acciones espontáneos de las masas, era frecuente para la Izquierda holandesa subrayar "el saludable y seguro" instinto de clase. Este era realmente el interés de clase de los obreros, paralizado por los aparatos burocratizados de los sindicatos y del partido.
El marxismo holandés, comparable a menudo con la corriente espontaneista (19), no tenía culto a la espontaneidad: la conciencia de clase no tenía nada "espontáneo"; no estaba conectada con "una mística irracional" de la acción, como en Sorel. Enfatizando que esta conciencia de clase no era ni una psicología social de grupo ni una conciencia individual, el marxismo holandés dio una definición muy alejada de cualquier espontaneismo:
A esta organización y esta teoría, que a veces denomina "conocimiento", Pannekoek agregaba la disciplina, libremente autorizada, como el cimento de la conciencia.
Esta concepción de la Izquierda marxista holandesa estaba en las antípodas del sustitucionismo del Lenin expresado en ¿Qué hacer? en 1903, según el cual la conciencia era inyectada desde fuera por los "intelectuales burgueses". Divergió así mismo de la corriente espontaneista, que rechazaba toda forma de organización. No había ninguna duda para la Izquierda holandesa de que la conciencia de clase tuviese dos dimensiones indisociables: la profundidad teórica, del "conocimiento" (el aspecto cualitativo) acumulado por la experiencia histórica, y su extensión en las masas (la transformación de la calidad en la cantidad). Por esta razón, los marxistas holandeses y alemanes enfatizaron la importancia decisiva de las huelgas de masas, al mismo tiempo "espontáneas" y "organizadas", para el desarrollo masivo de la conciencia de clase.
Esta posición estaba en el camino correcto de la teoría de la conciencia de Marx (22). Después de 1905 y la primera revolución rusa, contrariamente a las apariencias, difirió (hasta 1917) poco de la de Lenin, que en ese momento escribía que "instinto de clase", "espontaneidad" y educación socialista del proletariado eran indisolublemente dependientes: "La clase obrera es instintivamente, espontáneamente socialista y más de 10 años de actividad de la Socialdemocracia hicieron mucho para transformar esta espontaneidad en conciencia" (23). En la Izquierda marxista anterior a 1914, había todavía una convergencia real en la aprehensión de la cuestión de la conciencia de clase.
2. Las huelgas de masas y la organización unitaria del proletariado.
La huelga de masas era la forma, finalmente encontrada, de la conciencia de clase. Ésta dependería del vacío si no se concretara finalmente construyendo la organización de todos los proletarios y luchando por todo el poder económico y político contra el Estado capitalista.
El debate sobre las huelgas de masas en la IIª Internacional antes de 1905
Hasta principios de siglo, antes que la primera revolución rusa de 1905 estalle, los debates en la IIª Internacional sobre los medios revolucionarios de acción del proletariado estaban limitados e insertados en el vicio de las resoluciones congresuales sobre la huelga general. La huelga general recomendada por las corrientes anarquistas era rechazada como contraria a las tácticas y la estrategia del movimiento obrero. Defendida como un método "mal encaminado" de "hacer la revolución" en ausencia de organizaciones políticas de la clase obrera, se convirtió en la prerrogativa del sindicalismo revolucionario (24). Rechazando cualquier táctica parlamentaria y cualquier estrategia de organización a largo plazo para el movimiento obrero, el sindicalismo revolucionario hizo de ella una teoría de "minorías actuantes" y una "gimnasia revolucionaria" necesaria y suficiente para mantener, mediante la "acción directa", el espíritu de rebelión de las masas obreras. Para Sorel y sus partidarios, la huelga general era al mismo tiempo una catástrofe brutal ("el Gran Atardecer") poniendo fin al capitalismo en sólo una acción decisiva, y un mito idealista que daría a las masas una fe cuasi-religiosa en el logro de la revolución.
Como punto de partida, el debate sobre la huelga general era una lucha entre dos corrientes opuestas: el anarquismo o sindicalismo revolucionario y marxismo, apuesta era la actividad política organizada del proletariado para preparar las condiciones subjetivas de la revolución. Olas de huelgas generalizadas y masivas, que empezaran con el comienzo del siglo, permitieron que el debate sobre la "huelga general" dejase de ser una lucha teórica entre el marxismo y el anarquismo y se convirtiese en el debate crucial sobre el curso de la revolución dentro del campo marxista, y en el punto que división entre los marxistas y los reformistas o revisionistas.
La huelga general, como política de lucha contra el sistema capitalista, estaba desde los comienzos del movimiento obrero completamente en el centro de sus preocupaciones concretas. Se utilizó por primera vez en 1842 por el movimiento cartista inglés. Al final de una prolongada depresión económica, que reducía los salarios de los obreros, y en el contexto de una petición cartista por el voto universal, un movimiento de huelgas espontáneas, extendiéndose de Inglaterra a Escocia y Gales, se prolongó durante tres semanas, involucrando a 3 millones de obreros. Sin verdadera organización, sin dirección, pero también sin perspectivas políticas claras, la huelga fracasó. De manera característica, esta "huelga" general, que era más bien una huelga generalizada, era doble: económica y política. Era una acción espontáneo, masiva, sin organización preliminar.
En la época de la Iª Internacional, la huelga general fue recomendada en 1868, durante el congreso internacional de Bruselas, como medio político para prevenir las futuras guerras. Pero esta decisión del congreso no tuvo ningún efecto práctico.
En la IIª Internacional, la cuestión de la "huelga general" surgió bajo un doble aspecto: de huelga conclusiva por los derechos políticos y económicos del proletariado; y de medio de lucha antimilitarista contra el peligro de la guerra. En 1892, la huelga general se usó por primera vez como política de conquista del voto universal; la segunda huelga general, convocada por el Partido Obrero Belga (POB), permitió obtener el voto plural masculino. Consecuentemente, el uso de la huelga general se propondrá prácticamente durante todos los congresos de la IIª Internacional.
Los congresos de Bruselas (1891), Zurich (1893) y Londres (1896) marcaron una demarcación final con el anarquismo. Este, que recomendaba la "huelga general universal" como una panacea universal contra la guerra y para la revolución, fue expulsado, y sus tesis sobre la huelga general fueron rechadazas. La Internacional recomendó inicialmente huelgas parciales, como medios para la realización de las tareas económicas y políticas del proletariado, y para acelerar la organización del proletariado, preliminar para fraguar un movimiento internacional. En un periodo marcado por las luchas por reformas, por la organización del proletariado en una clase consciente, las condiciones para una acción de masas revolucionaria internacional no estaban dadas. Esta era siempre la posición de la Izquierda marxista hasta que los primeros síntomas de un nuevo periodo histórico de luchas revolucionarias aparecieron, tan claros como el día. Las condiciones de la época anterior a 1905, en las que coexistían revolucionarios y reformistas en la misma estructura organizativa, permitió a los elementos revisionistas impedir todo debate básico sobre los medios de acción del proletariado: huelgas parciales, huelga general, huelgas de masas. En 1900, con el congreso de París, el jefe revisionista de los sindicatos alemanes, Karl Legien, podía proclamar, sin ninguna discusión,: "En tanto que no estén presentes organizaciones fuertes, para nosotros no puede haber discusión sobre la huelga general." (25).
Desde 1901, ambos el problema concreto de las huelgas de masas de los obreros, y el problema abstracto de una huelga general internacional, surgió en la realidad de la lucha de clases, tanto en el terreno económico como en el terreno político. En 1901, en Barcelona, estalló la huelga de los ferroviarios; a diferencia de otros conflictos por categorías, dirigidos por sindicatos (de oficio), este conflicto se extendió a los metalúrgicos. En 1902, estallaron huelgas por el derecho al sufragio universal también en Suecia y en Bélgica. En 1903, huelgas de masas se extendieron en Rusia, poco tiempo después de las huelgas generalizadas de las vías férreas en los Países Bajos. Pero, especialmente en 1904 en Italia, las huelgas de masas pusieron en la agenda la discusión sobre las huelgas generales y las huelgas de masas. En el otoño de 1904, una serie de levantamientos obreros arrollaron todo el Mezzogiorno. Una terrible represión llevó a la Cámara del Trabajo de Milan a proclamar la huelga general en seguida. Esta se propagó por toda la Italia, y durante cuatro días, los obreros ocuparon las fábricas, y por primera vez en la historia del movimiento obrero, en los diversos grandes pueblos industriales del Norte (26), se formaron Consejos Obreros. Pronto todo volvería al "orden". Este movimiento espontáneo de los obreros, iniciado sin consigna de los sindicatos y del partido socialista, en su generalización y organización precedió a la Revolución rusa de 1905. La cuestión de la "huelga general" y de las "huelgas de masas" desde ahora solamente podría aprehenderse en toda su importancia internacional.
En frente a la enorme ola de lucha de clases internacional, el SDAP holandés fue encargado de presentar para el Congreso internacional de Amsterdam (1904) un informe sobre la huelga general. La primera razón era la experiencia del movimiento obrero holandés, que se había curtido con dos huelgas de masas ese mismo año 1903. Pero, especialmente, dentro del SDAP, habían cristalizado dos tendencias, que se encontraban en los partidos de la Internacional. La tendencia revisionista, expresada por Vliegen y Van Kol y apoyada por Troelstra, rechazaba la huelga general como arma política de lucha; veía en ella "un acto de desesperación" del proletariado, cuya consecuencia sería aislarlo de las clases medias; propuso adherirse sólo a la acción parlamentaria. La tendencia marxista, agrupada alrededor de la revista De Nieuwe Tijd (Van der Goes, Gorter, Roland Holst, Pannekoek) presentó un informe para el congreso de Dordrecht (1904), de extrema importancia para la clarificación del concepto de "huelga general". Propuso reemplazarlo por el de "huelga política": "El término de huelga general es incorrecto. El de huelga política expresa mejor nuestras intenciones" (27). Este congreso sacó una resolución de compromiso, escrita por Henriëtte Roland Holst, y que será de utilidad para el Congreso internacional de Amsterdam.
La resolución del congreso internacional, introducida por Roland Holst, era un paso delante en la medida en que proclamaba "posible" el estallido de huelgas generales como "un medio supremo para llevar a cabo cambios sociales decisivos o para defenderse contra todo atentado perpetrado contra los derechos de los trabajadores". Muy clásicamente, la resolución invitó a los obreros a reforzar sus "organizaciones de clase", precondición del éxito de la huelga política, y advirtió contra el uso de la huelga general por los Anarquistas en una dirección "mal encaminada". Pero, como concesión a las tendencias revisionistas, Roland Holst declaró –por adelantado– "imposible la suspensión completa de cualquier trabajo a un tiempo dado e impracticable", "porque tal huelga volvería la existencia de cada uno – como la del proletariado" (28). Pero, pocos meses después, la gran huelga general en Italia contradijo esta previsión.
De hecho, la presentación de la resolución por Roland Holst planteó mucho más claramente los problemas puestos por la "huelga general". Ella usó el término "huelga de masas", mostrando que éste no tenía "una meta económica" en sí mismo, sino que era usado de una manera defensiva, "contra el Estado capitalista".
No obstante, signo de confusión de la época, empleó el término de "huelga general" para proclamar que este "no podría ser la revolución social".
Escasamente unos meses después de la clausura del congreso, la Revolución rusa barrió en la práctica todas las viejas formulaciones y todas las previsiones. El movimiento de huelgas de masas en Rusia, distinto de la huelga general, mostró que una lucha masiva del proletariado lo era tanto en el terreno económico como en el político. Era tanto defensiva como ofensiva; la organización general de los obreros no era la precondición sino la consecuencia de la profundización del movimiento. Dirigido "contra el Estado capitalista", era necesariamente una fase de la "revolución social".
Al mismo tiempo, en enero de 1905, los mineros del área del Ruhr entraron masiva y espontáneamente en huelga, sin seguir ninguna instrucción sindical. La dirección de los sindicatos impidió cualquier extensión de la huelga. En mayo de 1905, en el congreso sindical de Colonia, el jefe sindical Bömelburg se pronunció contra las huelgas de masas y declaró: "Para construir nuestras organizaciones, necesitamos calma en el movimiento obrero" (29). Así, en el país donde el proletariado era el mejor organizado de todo el mundo, el movimiento práctico de los obreros tropezó con las organizaciones que pacientemente había construido; para afirmarse tenía que llevar a cabo la lucha hacia fuera y aún contra aquéllas, sin cualquier organización preliminar y permanente para dirigirla. El año 1905 no sólo planteó al conjunto del movimiento obrero el problema de la forma (generalización, autoorganización y espontaneidad) sino también el de los contenidos de las huelgas de masas: reformas o revolución.
La Izquierda holandesa-alemana y las huelgas de masas. Roland Holst y Rosa Luxemburgo
El análisis del fenómeno de las huelgas de masas empezó bien antes de 1905 en el ala izquierda del movimiento marxista. Inicialmente comenzado por Rosa Luxemburgo, fue continuado por Roland Holst, en la Izquierda holandesa, en 1905, y luego retomada, con una incrementada profundidad por Luxemburgo y finalmente Pannekoek. Las posiciones de la Izquierda marxista en Alemania y en los Países Bajos, que parecen las más coherentes, no pueden considerarse independientemente de las de la Izquierda rusa, en particular de Trotsky, con quien se manifiesta una obvia convergencia teórica.
El primero en usar el término de "huelga política de masas" fue precisamente el ruso Parvus (30), quien en 1905 recomendó la acción de masas como medio de defensa del proletariado contra el Estado, a partir del cual podría elevarse la revolución social. Recomendada en reacción contra el revisionismo práctico del partido alemán, la "huelga política de masas" fue rechazada por la dirección del SPD y también por el "ala izquierda", representada entonces por Kautsky y Mehring. Pero es Rosa Luxemburgo quien, desde 1902, -momento en el que la huelga general era proclamada por el Partido Obrero Belga, y realizada dentro de un marco estrictamente legalista, para ser finalmente detenida-, consideró todas las consecuencias de su uso por el proletariado. Defendiendo la "huelga política general" como una acción "extraparlamentaria" que no tenía que ser sacrificada a la acción parlamentaria, ella mostró que tal acción no tenía efecto real si no había detrás de ella "el espectro amenazante del alzamiento libre del movimiento popular, el espectro de la revolución" (31). Mientras condenaba el eslogan anarquista de la "huelga general" como una "panacea universal", enfatizó que ésta era casi una de las "consignas más viejas del movimiento obrero moderno". La huelga general correspondía, de hecho, a una "huelga política accidental", no siendo posible que fuese convocada ni controlada. Como con las revoluciones del pasado, uno tenía que entenderla como uno de los "fenómenos sociales elementales producidos por una fuerza natural que tiene su fuente en el carácter de clase de la sociedad moderna". Como tal, ella planteó la cuestión del uso necesario de la violencia de clase como un "medio irreemplazable de ofensiva", "tanto en los episodios varios de las luchas de clases como para la conquista final del poder estatal". Y, en una previsión profética, concluyó que si la Socialdemocracia "previniese realmente a renunciar por adelantado y de una vez por todas a la violencia, si advirtiese para urgir a las masas obreras a respetar la legalidad burguesa, toda su lucha política, en primer lugar parlamentaria, se derrumbaría patéticamente, más pronto o más tarde, para dejar el sitio a la dominación sin fin de la violencia reaccionaria".
La revolución rusa en 1905, empezando como la huelga de masas, y culminando en la insurrección de Diciembre, permitió a la Izquierda marxista en Alemania y en los Países Bajos especificar la concepción revolucionaria, opuestas al rechazo o a la tibia aceptación de la huelga de masas por la Socialdemocracia. Rechazada por los revisionistas, la huelga de masas había sido aceptada a disgusto por el congreso de Iena del SPD en septiembre de 1905. La resolución presentada por August Bebel, que fue saludada sin embargo como una "victoria" por la Izquierda, sólo recomendaba la huelga de masas como un "arma defensiva" y sostuvo que los acontecimientos rusos no podían ser usados como ejemplo para el movimiento obrero en Occidente (32). Unos meses después, en febrero de 1906, una conferencia secreta del SPD y de los sindicatos fue mantenida para prevenir cualquier propagación de las huelgas de masas por el proletariado alemán.
Opuesto a tal actitud, ya mostrada por ende en 1905, Kautsky, que representaba la izquierda del SPD, requirió de Roland Holst que escribiese un folleto sobre la Huelga General y la Socialdemocracia. Este apareció en junio de 1905, prologado por él mismo. Este folleto aportó conclusiones políticas sobre las huelgas revolucionarias de masas en Rusia, que serán retomadas por toda la Izquierda:
Por último, Roland Holst especificaba las condiciones subjetivas y objetivas de tal huelga de masas: organización, como autoeducación del proletariado, disciplina, conciencia de la clase, cualidades cuyo abono es la concentración del proletariado en grandes fábricas. Todas estas calidades necesarias para el éxito de la revolución serán siempre subrayadas por la Izquierda holandesa, Pannekoek más particularmente.
Pero Roland Holst también mostró una cierta "visión centrista" cercana a la de Kautsky, en la que no veía ya "contradicción entre el parlamentarismo y la huelga política de masas", mientras estaba anunciando el declive "de un modo contradictorio del parlamentarismo burgués". Ella vio sobre todo el peligro –en contradicción con sus análisis– de que la huelga de masas avanzase hacia la insurrección: "Hay el peligro de que las masas no reconozcan claramente la meta política de la huelga, que es la demostración o presión, y la conciban como una lucha final, orientada hacia la destrucción del capitalismo". (33)
La cuestión era, de hecho, saber si la huelga revolucionaria de masas en Rusia había abierto un nuevo periodo histórico revolucionario, cuyas lecciones eran universalmente válidas, inclusive para el movimiento obrero mejor organizado de Occidente, cuyas luchas siempre habían sido definidas por la Socialdemocracia como puramente "defensivas".
El folleto de Rosa Luxemburgo Huelga de masas, partido y sindicatos, publicado en 1906, pero víctima de censura (34), era un ataque acerbo lanzado contra los reformistas del SPD y la dirección de los sindicatos. Convergió con las conclusiones de Roland Holst. Pero el armazón teórico de Rosa Luxemburgo era mucho más completo. Animado por una verdadera pasión revolucionaria, más crítico hacia el SPD y la burocracia de los sindicatos que Roland Holst, mucho más crítico hacia la actividad parlamentaria, este folleto puede considerarse como el primer manifiesto revolucionario de la corriente de izquierdas holandesa y alemana. Los puntos más decisivos eran los siguientes:
Este folleto fue usado indiscutiblemente como base teórica y política para la corriente de la Izquierda marxista alemana y holandesa, y después por el Comunismo de Izquierda, como desde 1919. El significante "ausente", tanto en Roland Holst como en Luxemburgo y Pannekoek, siempre mencionado en todos los textos, era el Soviet Obrero de Petrogrado, cuyo papel había sido enorme en la primera revolución rusa; nunca fueron analizados el papel y función de los Consejos Obreros. Dentro del marco de las polémicas contra el revisionismo y el reformismo, Luxemburgo citó sólo el ejemplo de la creación de los sindicatos rusos en 1905, para oponerlo a los sindicatos dirigidos por los reformistas alemanes. Sólo, y de una manera aislada, Trotsky –y sin tener eco en la Izquierda holandesa-alemana antes de 1914– subrayó el papel fundamental de los Consejos Obreros como la "autoorganización del proletariado", cuya meta es la lucha "por la conquista del poder revolucionario" (36). En añadidura, apenas mencionada por Roland Holst, la cuestión del Estado y de su destrucción como Estado Capitalista al final de la revolución, no se aproximó a Rosa Luxemburgo. Cuando la discusión tuvo lugar de nuevo, como desde 1909, Pannekoek, por primera vez, analizó con la mayor claridad esta cuestión.
Ofensiva o defensiva. La lucha contra el "Centro" kautskista.
Las huelgas revolucionarias de masas en Rusia habían tenido un eco considerable en Occidente, contrariamente a las aseveraciones de los reformistas. En 1905, en Alemania, había habido 500.000 de huelguistas, más en un año que durante la década 1890-1900; más que cualquier año entre 1848 y 1917 (37). El fracaso electoral del SPD de 1907, después de la ola nacionalista de elecciones conocida como el voto "Hottentot" -el nombre de una tribu de África Suroeste aplastada por el imperialismo alemán-, la debilidad de la lucha de clase de 1907 a 1909 permitió al reformismo reforzarse públicamente en Alemania. Este fenómeno de reforzamiento del ala reformista y de las corrientes revisionistas era de naturaleza internacional. La Izquierda marxista en Holanda había producido la experiencia más amarga de ello. En Rusia, en el POSDR, se alzó una corriente denominada "liquidacionista", favorable al legalismo y a la acción común con los liberales (K.D.). El Congreso internacional de Stuttgart (1907), a pesar de la enmienda muy radical sugerida por Lenín, Luxemburgo y Martov para la transformación de una posible próxima guerra en revolución, mostró una evolución muy clara de la dirección de los partidos socialdemócratas hacia la capitulación en todas las cuestiones principales.
Desde 1910, el debate sobre las huelgas de masas y la revolución, que la dirección del SPD creyó haber enterrado, reaparecerá. Inicialmente, bajo el efecto del desempleo incipiente y de la contracción de los salarios, las huelgas suben de nuevo masivamente. En segundo lugar, con las amenazas de guerra mundial cada vez más precisas, la cuestión del uso de la huelga de masas como arma de movilización del proletariado contra estas amenazas surge con toda su gravedad. Por último, de una manera general, los jefes socialdemócratas, negándose a usar como "arma" la huelga de masas, recomiendan una política de demostraciones pacíficas y huelgas generales para las reformas electorales y el sufragio universal. Esta política de desmovilización en el terreno parlamentario fue practicada desde 1909 en Alemania, desde 1911 en los Países Bajos (los llamados "martes rojos") (38); y en 1913 en Bélgica.
En esos tiempos, el fraccionamiento ideológico dentro de la corriente marxista ortodoxa en Alemania era efectivo. Kautsky adoptó las posiciones reformistas de Bebel y se aproximó a Bernstein quien, sobre la cuestión de las huelgas de masas, defendía una posición "centrista", sugiriendo el uso restringido de esta forma de lucha como "arma defensiva". De hecho, la tendencia futura de los Independientes, que constituirán el USPD en 1917, está creciendo allí, enfrentándose a la corriente de izquierda "radical" simbolizada por la Rosa Luxemburgo y Pannekoek.
El debate sobre las huelgas de masas fue reabrierto en 1910 por Rosa Luxemburgo, que publicó un artículo (39) que fue rechazado por el diario de prensa Vorwärts y la Neue Zeit de Kautsky, quienes consideraron que la cuestión ya estaba "superada"; y esa polémica pública "permite al adversario saber nuestros propios puntos débiles" (40). De hecho, después de 5 años de retraso, Kautsky tomó de nuevo exactamente los mismos argumentos que los revisionistas habían usado anteriormente contra la Izquierda radical.
Para Kautsky, estaba claro que la huelga de masas en Rusia era específica a este país, un país económicamente "atrasado". La acción de los obreros rusos era la expresión de "condiciones desesperadas" que el proletariado occidental estaba lejos a vivir. Es más, afirmó, manipulando la verdad histórica, que "tales huelgas decisivas nunca tuvieron lugar todavía en Europa occidental" (41). La concepción de las huelgas revolucionarias de masas debe ser "completamente incompatible con las condiciones de un país industrializado", que disfruta de "derechos políticos" y mejores niveles de vida. La crisis económica, cuya importancia enfatizan los "radicales" en la aparición de movimientos de clase espontáneos en Occidente, era desfavorable para la revolución y las huelgas de masas; el proletariado sólo necesitaba de demostraciones reivindicativas en las calles. Las huelgas de masas en Occidente deben ser más específicas para llenar de entusiasmo a los obreros en el periodo de prosperidad económica: "... en el periodo de crisis, el proletariado no muestra mucha capacidad de lucha y en el periodo de prosperidad mucho arrojo revolucionario. En el periodo de crisis, es más fácil dado hacer enormes demostraciones callejeras que huelgas de masas. En tiempos de prosperidad, el obrero puede llenarse más de entusiasmo para una huelga de masas que en tiempos de crisis." (42).
Kautsky admitía que puede haber "huelgas locales decisivas", pero nunca huelgas generalizadas. La huelga de masas en Occidente es puramente defensiva y se ejercería como "medio de coerción" contra el gobierno. La única estrategia posible era una "estrategia de erosión" contra el poder, "roendo" las posiciones de los burgueses, y no una "estrategia de destrucción" del capitalismo. Para justificar su argumentación, Kautsky no se refirió a la historia del periodo de huelgas de masas antes y después de 1905, sino a la historia antigua... la de Hannibal, en lucha contra Roma. Puesto contra la pared por Rosa Luxemburgo y Pannekoek, Kautsky usó los mismos argumentos que él había denunciado en sus viejos adversarios revisionistas:
En contestación a Kautsky, Rosa Luxemburgo incluyó toda su argumentación anterior, expuesta en Huelga de masas, partido y sindicatos, acentuándola. Mostró la necesidad para el proletariado de "marchar resueltamente a la ofensiva"; la decisión sólo podría brotar de las masas mismas. Los argumentos de Kautsky eran realmente cortinas de humo "para retardar" el movimiento (45), como había subrayado en un artículo que era todo un programa: "¿Estrategia de erosión o lucha?".
En el artículo "Teoría y práctica" (46), subrayó tres puntos fundamentales concernientes al debate sobre la huelga de masas:
Frecuentemente, en este debate Rosa Luxemburgo permanecía en el terreno escogido por Kautsky y la dirección del SPD. Invitó a inaugurar demostraciones y huelgas por el sufragio universal mediante huelgas de masas y propuso como consigna transitoria la, más "movilizadora", de "lucha por la República". Por este lado, Kautsky podría replicarle que "querer inaugurar la lucha electoral mediante una huelga de masas, es un sin sentido". Es más, tomando la pelota tirada, Kautsky afirmó que, básicamente, los contenidos de la Socialdemocracia eran otros que el socialismo "abstracto": "Socialdemocracia continuará significando por sí misma República". (47).
Muy diferente era el terreno escogido por Pannekoek que, entre 1910 y 1912, lanzó, con la Izquierda de Bremen y los tribunistas holandeses, un debate fundamental contra Kautsky. Desde 1909, la relación de los tribunistas con esto último había empeorado notablemente, inicialmente debido a la escisión de marzo de 1909, entonces sobre todo debido a la publicación del libro de Pannekoek sobre las Divergencias tácticas en el movimiento obrero. Este libro, en adición a su estructura teórica general, que apuntaba al revisionismo, era una de las primeras fases de ruptura de la Izquierda marxista con el parlamentarismo y el sindicalismo dentro de la IIª Internacional.
3. El Estado y la izquierda: dos obstáculos
Las nuevas tácticas de acción de masas. –La cuestión del Estado
Prudentemente, y de modo preliminar, Pannekoek puso el acento en que ese parlamentarismo había jugado un papel considerable en la historia del proletariado: "El parlamentarismo ha (...) metamorfoseado al proletariado, nacido del enorme desarrollo del capitalismo, en una clase consciente y organizada, apta para luchar" (48). Rápidamente, enfatizó que no podría usarse como instrumento de dominación del proletariado; era más bien "la forma de la dominación política normal de la burguesía". Y advirtió contra las maniobras electoralistas ("Nur-Parlamentarismus", es decir "sólo parlamentarismo") desarrolladas dentro de la Socialdemocracia. En eso, la posición de Pannekoek y los tribunistas estaba de acuerdo con la de Marx y Engels, que denunciaban el "cretinismo parlamentario". En este punto, Rosa Luxemburgo y la Izquierda holandesa y alemana tenían una visión concordante.
Sobre la cuestión de los sindicatos, la posición de los holandeses era mucho más radical que la de Rosa Luxemburgo. Mientras recomendaban, como ella, la subordinación de los sindicatos al partido y al programa revolucionario, y la fusión de la lucha política y sindical "en una lucha unificada contra la clase dominante", Pannekoek juzgó imposible de llevar a cabo cualquier lucha revolucionaria dentro de la estructura de los sindicatos. Estructuralmente, los sindicatos no se mueven en el terreno de la lucha de clase sino en el del Estado burgués, y por consiguiente no podrían ser los órganos de la lucha revolucionaria: "... el sindicato no es de ningún modo un adversario del capitalismo, sino que se localiza sobre el mismo terreno... los sindicatos no son el órgano directo de la lucha revolucionaria de la clase; no apuntan al derrocamiento del capitalismo. Lejos de ello, constituyen un elemento necesario para la estabilidad de una sociedad capitalista normal." Este análisis, extremadamente contradictorio por otro lado, anunciaba el rechazo de la estructura del sindicato como herramienta de la lucha, e incluso de la "estructura" de cualquier sindicato revolucionario. Definida como "sindicalista" por Kautsky (49), la Izquierda de Pannekoek contenía en germen el antisindicalismo por principio de la Izquierda comunista después de 1920.
La crítica de Pannekoek contra Kautsky, plenamente madurada en 1912 en sus textos Acción de masas y revolución y Teoría marxista y tácticas revolucionarias (50), revelaban una visión política y teórica más profunda que la de Rosa Luxemburgo quien, en este debate, no salió del terreno escogido por Kautsky.
Primero de todo, Pannekoek mostró la convergencia del radicalismo anterior de Kautsky con el revisionismo; "el radicalismo pasivo" del centro kautskista tenía un objetivo bastante preciso, desviar la lucha revolucionaria al terreno parlamentario y sindical: "Este radicalismo pasivo converge con el revisionismo en el sentido de que conduce al agotamiento de nuestra actividad consciente en la lucha parlamentaria y sindical". Desde un punto de vista teórico, el kautskismo era una no-voluntad de acción y un tanto fatalista, convergiendo con la visión apocalíptica y catastrofista de la revolución de los anarquistas, esperando el "milagro" de la "Gran tarde": "(el radicalismo pasivo) afronta las explosiones revolucionarias que se presentan en la forma de cataclismos que aparecen repentinamente, como exteriores y de otro mundo, independientemente de nuestra voluntad y de nuestra acción, y que se alzan para dar el coup de grâce (golpe de gracia) al capitalismo". (51)
Los puntos mayores de la crítica revolucionaria del kautskismo por la Izquierda holandesa, eran los siguientes:
No obstante, la contribución esencial de Pannekoek al debate sobre la huelga de masas supera su análisis del papel del partido, concepción mayormente compartida por Rosa Luxemburgo*. Tiene lugar definiendo la finalidad de la revolución. Si cada gran huelga de masas, como Pannekoek anotaba en 1912, "toma ahora el aspecto de una explosión, de una revolución en pequeño" (55), es porque acaece bajo un proceso a largo plazo de confrontación y, finalmente, de destrucción del Estado capitalista: "La lucha (del proletariado) sólo cesa con la destrucción completa de la maquinaria del Estado".
Esta nueva concepción de la relación entre el proletariado y el Estado estaba en las antípodas de las compartidas por la Socialdemocracia oficial y Kautsky. Para este último, no había ningún cambio en las tácticas de la Socialdemocracia, a pesar de la Revolución rusa. Era una simple cuestión de tomar el poder del Estado, tal como existía, por medio de una mayoría parlamentaria, y no de destruir el poder del Estado y su maquinaria: "...La meta de nuestra lucha política sigue siendo la misma que era antes: tomar el poder del Estado como una conquista de la mayoría en el parlamento y asegurar la preeminencia del parlamento sobre el gobierno. Pero la destrucción del poder del Estado nunca... Nunca este proceso no puede conducir a la destrucción del poder del Estado, sino siempre a un desplazamiento de la balanza de fuerzas dentro del poder estatal". "La conquista" del Estado, según Kautsky, era así un proceso gradual, pacífico, por la vía parlamentaria, "mordisqueando" dentro del aparato del Estado.
Siete años antes de que Lenin empiece de nuevo en 1917 el debate sobre esta cuestión en El Estado y la Revolución –mientras que usa muy extensamente y con retraso el folleto de Pannekoek (56)–, Pannekoek en su folleto Los medios del poder del proletariado (57), de 1910, se aproxima con sorprendente claridad al problema:
"La lucha del proletariado no es sólo una lucha contra la clase capitalista por el poder del Estado, sino una lucha contra el poder estatal" (58). Si, de acuerdo con Lenin, en el folleto de Pannekoek se echa de menos "claridad y precisión", contenía en germen la idea, ya desarrollada por Marx y Engels, y constantemente alzada después de 1917 por la Izquierda marxista, de que el proletariado no podía contentarse simplemente con conquistar el viejo poder estatal, tenía que demoler toda la maquinaria (la policía, el ejército, la justicia, la administración) para reemplazarla por un nuevo aparato estatal.
De que naturaleza sería este nuevo poder estatal; cómo se levantaría la "dictadura del proletariado" que debe construirse sobre las ruinas del poder del Estado burgués: sobre estas cuestiones Pannekoek y la Izquierda holandesa permanecían vagos, a causa de falta de experiencia histórica significativa. La respuesta no era, sin embargo –como afirmó Kautsky (59)– la del anarquismo: la destrucción de cualquier poder del Estado, sin ninguna conquista del poder político. En un folleto publicado en 1906 (Los levantamientos en el Estado futuro), Pannekoek afirmaba que la necesaria conquista del poder político por el proletariado era "un proceso a largo plazo, que puede extenderse quizás durante décadas con altos y bajos". Acercándose al periodo de transición del capitalismo al socialismo, afirmaba también contundentemente que la "dictadura del proletariado" no podía confundirse con la nacionalización ni con la "socialización", ni con cualquier forma de "capitalismo de Estado" (60).
De hecho, para Pannekoek, el periodo de transición dependía de la realización de tres condiciones:
El Estado en el periodo de transición, tal como es considerado antes de 1914 por los "radicales" holandeses, podía consistir perfectamente en un parlamento y consejos comunales. Sería al mismo tiempo un gobierno, una administración, un parlamento, pero especialmente basado en "comités para toda clase de objetivos". Sin usar el término, este Estado sería reducido a ser sólo un semi-Estado, cuyas tareas serían primordialmente económicas, y del cual la dominación política tendería a desaparecer: "El Estado será un cuerpo con funciones económicas, que no necesita ejercer más su propia dominación". La Izquierda holandesa no fue más allá en su análisis de estos complejos problemas. Lo que era seguro, es que el socialismo significaría la salida final de "la edad animal de la humanidad".
El partido, los consejos y la revolución."¿Masas o jefes?"
La guerra y la Revolución de los consejos en Rusia, Alemania y Hungría modificarán y enriquecerán la concepción de la izquierda holandesa. Básicamente, la revolución en Rusia planteó exclusivamente la cuestión del detentamiento real del poder por los Consejos Obreros, y así del antagonismo entre el partido que supuestamente los representa (el partido bolchevique o cualquier otro partido) y estos últimos. La sustitución total del poder de los consejos por la dictadura del partido al servicio del capitalismo del Estado a partir de marzo de 1918 (y antes aún) planteó claramente la cuestión del papel de los partidos revolucionarios en los consejos. La Izquierda alemana, representada por el KAPD y las Uniones Obreras (AAU y AAU-E) en Alemania encarnó en la práctica esta tendencia radical que puso al frente el papel de los Consejos Obreros como formas inalienables del poder proletario. Las Uniones representaban al núcleo económico-político de los obreros radicales por la transformación de las organizaciones de lucha económica en cuerpos políticos de poder: los Consejos Obreros.
En la Izquierda comunista alemana y holandesa, había, no obstante, una gran importancia otorgada al papel del partido, antes como durante la revolución. Opuesta al bolchevismo, que predicaba la dictadura del partido en lugar de la "dictadura del proletariado" ejercida por la clase obrera en conjunto agrupada en los Consejos Obreros, la Izquierda holandesa-alemana replicó en 1920 con los escritos de Gorter y Pannekoek, Replica al camarada Lenin, y Revolución mundial y tácticas comunistas de Pannekoek.
Un Partido comunista que actúa en el movimiento de los consejos tenía otra finalidad, muy diferente de la asignada por los partidos bolchevique y socialdemocrático. Haciendo suya de nuevo la concepción de Rosa Luxemburgo, los teóricos holandeses afirmaron que los comunistas "planean preparar su propia declinación" (61) en la sociedad comunista.
El Partido comunista podría ser sólo una herramienta de la revolución, aun cuando juega un papel decisivo en la cristalización de la mentalidad y la actividad revolucionarias del proletariado:
"El partido tiene la tarea de propagar por adelantado el conocimiento claro, de modo que surjan dentro de las masas, en esos momentos, los elementos capaces de saber lo que es aconsejable hacer y juzgar la situación por sí mismos. Y, durante la revolución, el partido debe establecer el programa, las consignas y las directivas que las masas, actuando espontáneamente, reconozcan correctas, porque encuentran allí, de una forma cumplida, su propio objetivo revolucionario y llegan, gracias a ellas, a ver las cosas más claramente." (62)
La función del partido no era, de este modo, solamente elaborar el programa; su función era una función activa de propaganda y agitación. Aun cuando las masas obreras se alzen espontáneamente, el partido no era espontaneista; no podía aceptar ciegamente cualquier acción espontánea de los obreros. El partido no se disolvía en la masa sino en una vanguardia lúcida y valiente mediante sus consignas y directivas. Sólo en esta acepción el partido dirigía y "conducía la lucha". Este papel de "dirección" no era el de un personal que mandaba a la clase obrera como a un ejército, la concepción teorizada tanto por el bolchevismo como por la socialdemocracia. La revolución no era decretada, sino que era "espontáneamente" "la obra de las masas mismas". Si ciertas acciones del partido podían ser un punto de partida de la revolución –"eso no llega sino raramente"– el factor decisivo era el autodesarrollo de la conciencia de clase que emergía en forma de acciones espontáneas. "Los factores psíquicos profundamente escondidos en la inconsciencia de las masas" dan una aparente espontaneidad a la actividad revolucionaria. La función del partido era precisamente "actuar y hablar siempre para despertar y fortalecer el conciencia de clase de los obreros" (Subrayado por Gorter). (63)
Esta función del partido determinaba la estructura y el modo de operar de la organización comunista. En lugar de reunir masas enormes, con el riesgo de un endulzamiento de los principios e incluso de una gangrena oportunista, el partido tenía que seguir siendo "un núcleo tan resistente como el acero, tan puro como el cristal". Esta idea de un partido-núcleo implicaba una selección rigurosa de los militantes. Pero la Izquierda holandesa-alemana no predicaba las virtudes del aislamiento y la minoría:
" Si... nosotros tenemos el deber de permanecer siendo aún durante un tiempo una pequeña minoría, no es porque apreciemos esta situación con una predilección particular, sino porque debemos soportarla antes de volvernos más fuertes".
De una manera bastante torpe, Gorter –al precio de una argumentación paradójica– cae en unas polémicas vanas contra el Ejecutivo de la Comintern, que juzgaba a la Izquierda comunista como "sectas":
"¿Una secta, entonces? dirá el Comité ejecutivo... Perfectamente, una secta, si usted entiende por ese término el núcleo inicial de un movimiento que demanda la conquista del mundo".
Siguiendo al KAPD, Gorter opuso "el partido de los jefes" al "partido de las masas", «dialéctica» que Pannekoek, por otro lado, se negó a adoptar. Está claro que toda la Izquierda comunista se había sobresaltado por la escisión en octubre de 1919, en Heidelberg, donde la minoría, maniobrando con una dirección del KPD que no era representativa, ejerció su dictadura sobre el partido, y expulsó al final a la mayoría del partido. Esta jefatura autodesignada, así pues Levi, Brandler y Clara Zetkin, se opusieron a la voluntad y la orientación política de las masas obreras del partido. Con "el partido de los jefes", la Izquierda quería decir el partido que no nutre su democracia interna, sino la dictadura de la camarilla, de arriba a abajo, adoptando la concepción de Lenin: "una partido de hierro" y "una disciplina de hierro". "El partido de las masas" –y no el partido de masas-, al contrario, debe construirse "de abajo hacia arriba" por los obreros revolucionarios del partido.
Gorter, Pannekoek y el KAPD no negaron la necesidad de un trabajo unitario en el partido, necesariamente centralizado y disciplinado. Gorter, que es presentado a menudo e injustamente como un Don Quijote, como el héroe de "la lucha contra los jefes", quería de hecho verdaderos jefes, verdadera centralización y verdadera disciplina en el partido:
"... nosotros estamos todavía buscando verdaderos jefes, que no busquen dominar a las masas y no las traicionen, y como durante mucho tiempo no los tendremos, queremos que todo se haga de abajo a arriba, y por la dictadura de las masas mismas... Eso también vale con respecto a la disciplina férrea y el centralismo fuerte. Nosotros también los queremos, pero sólo después de haber encontrado verdaderos jefes, no antes".
De hecho, de una manera intuitiva, Gorter desarrolló una idea que será la del conjunto de la Izquierda comunista internacional, la italiana incluida, después de la IIª Guerra Mundial. En los partidos revolucionarios, no surgieron más «grandes hombres», como en la IIª y IIIª Internationales, que tuviesen un peso aplastante hasta el punto de dominar la organización entera. La organización revolucionaria se volvió más impersonal y más colectiva. Gorter notó este hecho en 1920, en un país tan desarrollado como Alemania:
"¿No ha notado, camarada Lenin, que no hay «grandes» jefes en Alemania? Todos son hombres muy ordinarios."
La existencia de «grandes hombres» en el movimiento y la personalización de este último (Leninismo, Trotskismo, Luxemburgismo, Bordigismo) era de hecho una señal de debilidad y no de fuerza. Caracterizaba a los países económicamente subdesarrollados –donde la conciencia y la madurez del proletariado permanecen en un estado embrionario, de lo cual la necesidad de «jefes carismáticos» para equilibrar esta debilidad. En los grandes países capitalistas, las tradiciones históricas de lucha aportan una conciencia de clase mucho más elaborada y estructurada. La importancia de los «jefes» es inversamente proporcional a la conciencia real de las masas obreras.
Las nuevas tácticas del proletariado
El triunfo de los Consejos Obreros a una escala mundial requería una completa inversión de la praxis anterior del proletariado, la socialdemocracia y el bolchevismo incluidos.
Para la Izquierda holandesa, las tácticas del Comintern en Occidente eran demasiado «rusas» y, así, inaplicables. Las tácticas de Lenín "sólo podrían llevar al proletariado occidental a su pérdida y a derrotas terribles". Contrariamente a la revolución rusa, que había sido construida sobre la revuelta de los campesinos pobres, la revolución en Occidente sería más puramente proletaria. El proletariado en los países avanzados no tenía aliados potenciales, ni los granjeros ni la pequeñaburguesía urbana. Sólo podría contar con su número, su conciencia y su propia organización. El proletariado estaba solo enfrentandose con todas las demás clases.
"Los obreros en Europa occidental están completamente solos. ...en suma, sólo una capa muy reducida de pequeñoburgueses pobres les ayudará. Y esta es económicamente insignificante. Los obreros tendrán que llevar todo el peso de la Revolución. Aquí está la gran diferencia con Rusia". (64)
Lo que era evidente sobre el terreno social, todavía era más verdadero a nivel político. Las fuerzas políticas que representaban las diversas tendencias e intereses de los estratos burgueses y pequeñoburgueses ya no estaban divididas sino unidas contra el proletariado. En la era del imperialismo, "las diferencias entre clericales y liberales, conservadores y progresitas, clase alta y pequeñaburguesía, están desapareciendo". Eso fue confirmado por la guerra imperialista, y más aun por el proceso de la revolución. Al proletariado unido en la revolución se le enfrentó la unión de todas las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas:
"Unidos contra la revolución y así, de hecho, contra todos los obreros, porque sólo la revolución puede realmente mejorar la situación de todos los obreros. Contra la revolución todos los partidos concuerdan en lugar de dividirse".
Por consiguiente, la Izquierda comunista rechazó cualquier posibilidad "táctica" de formar un frente unitario con estos partidos, incluso "izquierdistas"; rechazó la idea de "gobiernos obreros" recomendada por el KPD (S) y Lenín.
El nuevo periodo histórico, el de las guerras y las revoluciones, borró las "diferencias" y "desacuerdos" entre los partidos burgueses y los socialdemócratas:
"Indudablemente, uno debe decir que estas diferencias entre los socialdemócratas y los burgueses se redujeron a casi nada durante la guerra y la revolución, y que normalmente desaparecieron".
Cualquier "gobierno obrero" –como subraya Pannekoek- es esencialmente contrarrevolucionario. "Buscando impedir por todos los medios que la brecha no socave el flanco del capitalismo, y que el poder de los obreros no sea desarrollado, se comporta como un agente contrarrevolucionario activo. El papel del proletariado no es sólo combatirlo, sino también invertirlo para establecer un verdadero "gobierno comunista".
Ese análisis de la Izquierda a cerca de la naturaleza de los partidos socialdemócratas está todavía marcado por algunas vacilaciones. A veces la socialdemocracia aparece como el ala izquierda de la burguesía, a veces como un "partido obrero". Las tácticas de la Izquierda holandesa no aparecen en Gorter muy claras: ningún apoyo a la Socialdemocracia, ala derecha y ala izquierda incluidas, en las elecciones, sino llamar a la acción común: "por la huelga, por el boicot, por la insurrección, las batallas callejeras y sobre todo por los Consejos Obreros, por las organizaciones de fábrica. También podría establecerse un Frente Unitario, "empezando por los cimientos" y "en la acción", con estas organizaciones.
El cambio histórico del periodo modificó profundamente la táctica del proletariado europeo occidental. Esta fue simplificada, tendiendo directamente a la toma revolucionaria del poder. Eso no significa que la revolución proletaria será más fácil en occidente que en un país subdesarrollado, como Rusia. Al contrario, será más difícil: enfrentando un "capitalismo poderoso", "los esfuerzos requeridos de las masas por la situación todavía mayores que en Rusia". Estos factores objetivos (la fuerza económica del capital, la unión de todas las clases contra el proletariado) pesa poco, sin embargo, en contraste con el retraso de las condiciones subjetivas de la revolución. La Izquierda holandesa subrayó el enorme peso de la ilusión democrática en el proletariado. La herencia "democrática" es el factor principal de inercia dentro del proletariado. Esta es la diferencia principal con la revolución rusa. Pannekoek lo expresó en estos términos:
"En estos países, el modo burgués de producción, y la cultura ilustrada que está vinculada a él desde hace siglos, impregnaba en profundidad la manera de sentir y de pensar de las masas populares."
El modo proletario de pensar está distorsionado por esta "cultura" cuyas expresiones más típicas son el individualismo, el sentimiento de adherencia a una "comunidad nacional", la veneración de fórmulas abstractas como la "democracia". El poder de las posiciones anacrónicas de la Socialdemocracia, la creencia ciega –revelando una falta de confianza en sí mismo– del proletariado en "jefes que, durante décadas, habían personificado la lucha, el objetivo revolucionario", y finalmente, el peso material y moral de las viejas formas de organización, "gigantescas máquinas creadas por las masas mismas": múltiples factores negativos que consolidan la "tradición burguesa".
Se sigue que la cuestión fundamental en los países desarrollados de Europa occidental es la ruptura con la ideología burguesa, disfrazada en la "eterna tradición espiritual". Ésta, mientras es presentada como "cultura", es "un factor de infección y de parálisis" de la acción de masas. La contradicción entre la inmadurez del proletariado, también acostumbrado a pensar en los términos de la ideología, y la madurez de las condiciones objetivas (el derrumbamiento del capitalismo) "sólo puede resolverse por el propio proceso de desarrollo revolucionario", mediante "la experiencia directa de la lucha".
Las tácticas seguidas por el proletariado durante el periodo revolucionario deben adaptarse necesariamente "a la fase evolutiva alcanzada por el capitalismo". Los métodos y las formas de lucha cambian, dependiendo de "cada fase" de la evolución capitalista. El proletariado debe así "superar la tradición de las fases precedentes", en primer lugar la sindicalista y la parlamentaria.
La cuestión de los sindicatos. –¿Sindicalismo revolucionario o organizaciones unitarias del proletariado?
Contrariamente a los anarquistas, Gorter y Pannekoek no rechazaron para cualquier periodo y por principio las tácticas parlamentarias y sindicales. Desde 1914, ya no son consideradas "las armas de la revolución" (Gorter). Los parlamentos y los sindicatos expresan desde ahora "el poder de los jefes" sobre "las masas". Terminología algo "idealista", retrayéndose de la cuestión fundamental: ¿es el funcionamiento interno –los "jefes"– o la estructura de los sindicatos lo que se vuelve inadecuado para la lucha revolucionaria?
En La enfermedad infantil del comunismo, Lenin afirmaba que era necesario por todos los medios, incluso mediante los menos reconocidos, penetrar con fuerza en los sindicatos para conquistarlos. Los insertó en el mismo plan que el movimiento Zubatovista (65) en 1905, al que se adherieron los obreros rusos:
"Es incluso necesario... usar -si se necesita- todas las estratagemas, todos los recursos, recurrir a trampas, disimular, ocultar la verdad, para el único objetivo de penetrar en los sindicatos, permanecer allí y llevar a cabo a cualquier coste la acción comunista." (66)
La réplica de la Izquierda holandesa ni fue moral ni moralizante -aunque rechazó cualquier política de subterfugios y mentiras-, sino histórica. La situación en 1920 ya no como la de 1905. Los sindicatos en Alemania, el país más representativo en Europa occidental, se pasaron al lado de la burguesía y ya no tienen naturaleza obrera, sino sangre en sus manos. No sólo los "malos" jefes, sino también las "bases" tomaron parte en la represión de la revolución (67):
"Los sindicatos son utilizados por los jefes y la masa de los miembros como armas contra la revolución. Es por su ayuda, su apoyo, a la acción de sus jefes, y en parte también por sus miembros, que la Revolución ha sido asesinada. Los comunistas ven a sus propios hermanos acribillados con la ayuda de los sindicatos. Las huelgas en favor de la revolución son rotas. ¿Usted cree, camarada, que es posible que los obreros revolucionarios permanezcan luego en tales organizaciones?"
Durante la época revolucionaria, ya no hay sindicatos "apolíticos" o "neutros", que estuviesen satisfechos con acciones económicas en favor de sus miembros. "Cada sindicato, incluso cada agrupamiento obrero, juega un papel político de partido a favor o en contra de la revolución". Contrariamente a la Izquierda "bordigista" italiana, que recomendaba un "Frente unitario sindical", rechazando cualquier clase de "Frente político unitario", la Izquierda holandesa se negó a cualquier forma de "frentismo".
Los sindicatos, al principio "organizaciones naturales para la unificación del proletariado", se habían transformado gradualmente en organizaciones antiobreras. Su burocratización, donde el aparato de representantes oficiales gobierna sobre los obreros, equivale casi a una fusión con el Estado. Los sindicatos se comportan como el Estado Capitalista mientras rompiendo con sus "leyes" (reglas, estatutos) y por la fuerza cualquier revuelta contra su "orden":
"Los sindicatos también asemejan al Estado y a su burocracia en que, a pesar de un funcionamiento democrático, las bases no tienen ningún medio para imponer su voluntad a los dirigentes; un hábil sistema de reglas y estatutos sofoca, de hecho, la menor revuelta antes de que pueda amenazar los reinos superiores."
Como el Estado Capitalista, los sindicatos no han que ser conquistados, sino destruidos. Cualquier idea de reconquistar los sindicatos y transformarlos en cuerpos comunistas no puede ser sino la peor ilusión reformista -Gorter compara en varias ocasiones a Lenin con Bernstein-. Desarrollar una oposición en los sindicatos –de acuerdo con las tácticas de Lenin– que fuese comunista era un sin sentido, porque "la burocracia puede maniobrar perfectamente para suprimir una oposición antes de que esta última la amenaze". En la asunción absurda de que la oposición se apropiaría del aparato de dirección echando a los "malos" jefes, lo que esta haría sería actuar exactamente como esos últimos:
"Reemplace, en los viejos sindicatos, la burocracia anterior por sangre nueva y, en poco tiempo, usted verá a ésta adquiriendo también el mismo carácter, que lo promoverá, lo desarrollará, lo desligará de las masas. El 99 por 100 de ellos se convertirán en tiranos, al lado de los burgueses". (68)
No es tanto que el contenido de la organización sindical lo que es malo ("malos" jefes y "aristocracia obrera" en la concepción de Lenín), sino la forma de organización, que "reduce a las masas a la impotencia". La revolución no es, de este modo, una cuestión de inyectar nuevos contenidos revolucionarios en las viejas formas de organización del proletariado. No existe, en la concepción de la Izquierda comunista, una forma alienada de sus contenidos revolucionarios. La forma no es indiferente (69). En este sentido, la revolución es también una cuestión de forma de organización, así como es una cuestión del desarrollo de la conciencia de clase, de su contenido mismo.
Esta forma toma figura sólo en los Consejos Obreros que ascienden en un periodo revolucionario, o, más exactamente, en las organizaciones de fábrica. Aquéllos superan la exclusividad de las viejas uniones de gremio y oficio y aparecen como la única forma de unificación de la clase obrera. Sus representantes (Obleute), contrariamente a los sindicatos, son constantemente revocables. La Izquierda holandesa, en este punto, sigue el ejemplo ruso, dónde los Consejos de Fábrica y no los sindicatos llevaron a cabo la revolución. Sin embargo, ciertas aserciones de la Izquierda holandesa dejan a flote ciertas ambigüedades y muestran una falta de coherencia**:
Sobre estas cuestiones, la Izquierda holandesa no fue a las raíces del problema del sindicato, y por tanto a las de la formación de los Consejos Obreros. ¿Era verdad que el "declive del capitalismo" –proclamado por el Comintern– haría imposible reformas duraderas? ¿Eran éstas –obtenidas en el siglo XIX por los reformistas–, todavía posibles desde la guerra? Organizaciones puramente económicas y reivindicativas podrían abandonar sus objetivos de clase, bajo la presión del Estado, y ser llevadas a la colaboración de clases. O, en el mejor de los caos, desaparecerían, como las Uniones. ¿Era posible, por último, establecer organizaciones reivindicativas permanentes? Mucho después, la Izquierda holandesa-alemana rechazó cualquier posibilidad de una organización reivindicativa permanente.
4. ¿Economía Política o política económica de la Revolución?
Mientras rechazaban como negativas las lecciones políticas de las Revoluciones rusa y alemana, junto a su rechazo finalmente de la necesidad de una organización política -por la obsesión del sustitucionismo-, los Comunistas de Consejos Holandeses vieron en la futura revolución en primer lugar una cuestión económica. Los consejos parecían ser más organizaciones económicas de administración de fábrica que cuerpos de decisión y control sobre la política económica.
Las vías de la revolución proletaria: de los comités de lucha a los Consejos Obreros
La revolución proletaria se establecería por el alzamiento de los Consejos Obreros, reuniendo al conjunto del proletariado. Pero esto era alrededor de la última fase de un proceso largo y contradictorio que necesitaba del estallido de huelgas económicas. Ésas eran necesariamente "huelgas salvajes" contra los sindicatos. Esta posición ha sido siempre desarrollada y repetida desde su nacimiento por el GIC, apenas desviado de la de la Izquierda Comunista italiana en los años treinta (70). Como esta última, pero de un modo mucho más audaz, el GIC dio una gran importancia a la generalización de las luchas económicas bajo la forma de huelgas de masas.
Pero, a diferencia de los "Bordigistas" italianos y belgas, insistió particularmente en la autoorganización de las huelgas salvajes. Esta autoorganización requería necesariamente la formación de "comités de lucha" (strijdcomites) elegidos, revocables por el conjunto de los obreros en lucha (71). Estos, siguiendo el ejemplo alemán durante y después de la Iª Guerra Mundial, eligieron directamente "representantes responsables" dentro de las asambleas generales de huelguistas. Todos los obreros, cualquiera que fuese su filiación política y sindical, podrían tomar parte en estos "comités de lucha" para llevar a cabo una verdadera "unidad de clase". Tales comités, a menos que traicionasen su función de unificación transformandose en nuevos sindicatos, eran órganos no permanentes: emergían y desaparecían con la propia lucha. Sólo en un periodo revolucionario podrían nacer y desarrollarse verdaderas organizaciones permanentes, unidades que agruparían a todo el proletariado: los Consejos Obreros. Estos consejos, no obstante, y a pesar de su formación espontánea, no emergen de la nada, por generación espontánea.
Los "precursores" de la autoorganización "unificada", que preparan la "organización de la clase", nacían inevitablemente antes de la explosión de luchas de masas. Estas organizaciones, en cierta magnitud "embriones" de los consejos, no eran otras que los "núcleos de propaganda", integrados por obreros combatientes, organizando y haciendo agitación para las próximas luchas de masas. Pero, en ningún caso, tales "núcleos de propaganda" podrían autoproclamarse organización unitaria (Einheits-organisatión): "...El núcleo de propaganda no es por sí mismo la organización de la clase" (72).
Tales núcleos de propaganda, obviamente, formaban "grupos obreros" sin una verdadera línea que los guiase, aunque defendiendo una opinión en la lucha de la clase. Pero, en la práctica, el GIC parecía confundir los "grupos de opinión", que constituían los "grupos de trabajo" en la teoría de los holandeses, con estos grupos obreros. A esto siguió, de esta manera, una confusión desconcertante entre organizaciones obreras y organizaciones revolucionarias.
Para pasar por encima de esta contradicción, el GIC negó a los "grupos de opinión", así como a los "núcleos de propaganda", un papel político en las luchas económicas obreras. Para Pannekoek, era inútil que estos grupos llevasen a cabo una lucha política para dirigir las huelgas y las demostraciones de los obreros, contra los otros grupos o partidos, aun cuando aquéllos actuaban desde el interior, en la fábrica, contra la autoorganización de los obreros. Para él, la cuestión era evitar la ruptura de la "unidad de la clase" por confrontaciones políticas inútiles:
"El Comunismo de Consejos considera a todos los obreros como una unidad de clase, más allá de las demarcaciones de las organizaciones. No entra en la competición con estas organizaciones... El Comunismo de Consejos no dice a los obreros que son miembros de partidos y organizaciones: déjalos y ven conmigo". (73)
Esta visión, donde la organización comunista consejista estaba rigurosamente separada de la lucha de los obreros, tuvo consecuencias prácticas. Por ejemplo, en la lucha de los desempleados en los Países Bajos, donde el GIC intervino, este dio como consigna, cuando se formaron los comités de desempleados (Comités de Lucha): "apartaos de todos los sindicatos y partidos políticos". (74)
Para el "Consejismo" holandés, esto sería lo mismo en un periodo revolucionario. Los Consejos Obreros serían formados desechando cualquier acción de los partidos revolucionarios dentro, para ser capaces de llevar a cabo sus tareas económicas de transformación de la sociedad. Habría una separación radical entre la creación de grupos revolucionarios "formando una organización independiente de obreros revolucionarios en grupos de trabajo que funcionasen libremente" (Canne-Meijer, op. cit.) y la "(organización) independiente de las masas obreras en Consejos Obreros" (idem) (75). La acción de los grupos revolucionarios estaría limitada a apoyar las tareas económicas de los consejos obreros.
La transformación de la economía, del Capitalismo al Comunismo. Los Grundprinzipien (Principios Fundamentales de Producción y Distribución Comunistas, GIK).
La cuestión del periodo de transición –después de la toma del poder por los Consejos Obreros- hacia el Comunismo siempre fue abordada por los comunistas de consejos alemanes y holandeses bajo un ángulo estrictamente económico. La degeneración inmediata de la Revolución rusa después de octubre del 17 y la evolución de la Rusia "soviética" hacia el capitalismo del Estado mostró, según la concepción del GIC, la bancarrota de la "política". El factor económico, la administración de la nueva sociedad por los consejos, había sido demasiado minimizado. La tradición de la "política", en la que la "dictadura del proletariado" era concebida como una dictadura política sobre el conjunto de la sociedad, había relegado a un segundo plano las tareas económicas cruciales del proletariado. Esta idea fue expresada con particular claridad por el mismo Pannekoek:
"La tradición significa dominación de la economía por la política... lo que los obreros tienen que realizar es la dominación de la política por la economía". (76)
Esta visión era exactamente el reverso de la de los grupos revolucionarios de los años treinta, tal como la Izquierda Comunista italiana, que había abierto la discusión teórica sobre el periodo de transición (77).
Uno no encontrará en el GIC –contrariamente a las Izquierdas italiana y alemana (78)–, reflexiones teóricas sobre la cuestión del Estado durante el periodo de transición. La relación entre el nuevo Estado del periodo de transición, los partidos revolucionarios, y los Consejos Obreros nunca fue tocada, a pesar de la experiencia rusa. Uno no encontrará nada de nada a cerca de la relación entre una Internacional revolucionaria y el Estado –o los Estados– en los países donde el proletariado hubiese tomado el poder político. Por último, las complejas cuestiones de la "violencia proletaria" (79) y la guerra civil en el periodo revolucionario nunca se plantearon. Para el GIC, parece que no hay ningún problema en la existencia de un Estado -o semi-Estado- durante el periodo de transición hacia el Comunismo. Su existencia, incluso su caracterización ("Estado proletario" o "plaga" que el proletariado hereda) nunca se propone. Estos problemas están completamente ausentes.
El texto principal del GIC sobre el periodo de transición, los Principios fundamentales de producción y distribución comunista, aborda solamente los problemas económicos de este periodo.
El punto de partida del GIC es que el fracaso de la Revolución rusa y la evolución hacia el capitalismo del Estado sólo podría explicarse por la ignorancia, sino por la negación, de la necesidad de transformar la nueva sociedad económicamente. Esta interpretación errónea era de sentido común en el conjunto del movimiento obrero. Pero, de una manera paradójica, el GIC reconoció el papel fundamental de la experiencia rusa, permitiendo hacer progresar la teoría marxista:
"Con respecto a la industria, Rusia intentó construir una estructura económica de acuerdo con los principios comunistas... y fracasó completamente... Es en la escuela de la práctica de la Revolución rusa con la que estamos endeudados para poder progresar, para ser capaces de apreciar lo que significaba el derecho de tener un aparato de producción, cuando está en las manos de una dirección central". (80)
Para los comunistas de consejos holandeses, la "dictadura del proletariado" resultaría inmediatamente en la "asociación de productores libres e iguales". Los obreros, organizados en los consejos en las fábricas, tenían que tomar todo el aparato de producción y hacerlo funcionar para sus propias necesidades, como consumidores, y sin consultar a una autoridad central, de tipo oficial, cuya finalidad es la perpetuación de la desigualdad en la sociedad. Uno evitaría así que el "comunismo de Estado", establecido durante el periodo del Comunismo de Guerra, de 1918 a 1920, se transformase inevitablemente en capitalismo de Estado para que las necesidades de la producción se antepusiesen a las de los obreros productores-consumidores. En la nueva sociedad, dominada por el poder de los consejos y no por el Estado de un partido centralizado, la remuneración salarial –fuente de cualquier desigualdad y de cualquier explotación de la fuerza del trabajo– será abolida.
Finalmente, para el GIC, los problemas del periodo de transición eran muy simples: los productores tenían que controlar y distribuir el producto social, de una manera igualitaria para cada uno de ellos y mediante una autoridad ejercida "de abajo a arriba". El proceso del periodo de transición, desde 1917, no fue puramente político, bajo la forma de la extensión de la revolución proletaria a todo el mundo, sino económico, por medio de un incremento del consumo obrero, inmediata e igualitariamente organizado por los Consejos de Fábrica. El único verdadero problema del periodo de transición sería, de acuerdo con el GIC, la relación entre los productores y sus productos:
"El proletariado subraya el carácter fundamental de la relación del productor con su producto. Esto y sólo esto es el problema central de la revolución proletaria."
Pero, ¿cómo llegar a una "distribución" igualitaria del producto social? Esto, obviamente, no podría surgir de las simples medidas de naturaleza jurídica: la nacionalización, la "socialización", cualquier forma de nacionalización de la propiedad privada. La solución, según el GIC, estaba en el cálculo de los costes de producción de las fábricas en términos de tiempo de trabajo, comparándolo con la cantidad de los bienes sociales creados. Por supuesto, según la productividad respectiva de las fábricas, para el mismo producto las cantidades de trabajo necesario para su fabricación era desigual. Para resolver este problema, era suficiente calcular el medio tiempo social de producción de cada producto. La cantidad de trabajo de las fábricas más productivas, excediendo del promedio social, sería versada en unos Fondos Comunes; se tendría cuidado de ella para elevar el "nivel" de las fábricas menos productivas. Simultáneamente, se usaría para introducir el progreso tecnológico necesario para desarrollar la productividad de las fábricas de una rama dada, para disminuir el medio tiempo de producción.
Los organización del consumo dependía del mismo principio de contabilidad. La contabilidad social general, gracias a la documentación estadística establecida por los productores-consumidores organizados como consejos y cooperativas, calculan los factores de consumo. Después de deducir –el reemplazamiento del aparato de producción obsoleto, las mejoras técnicas, los fondos de seguridad social para los no son aptos para trabajar, las catástrofes naturales, etc.– habría una distribución igual de las reservas sociales de consumo para cada consumidor. A las condiciones iguales de producción, aseguradas por el cálculo del tiempo social medio de trabajo, corresponderían generalmente las condiciones iguales para todos los consumidores individuales. Gracias a este sistema de contabilidad social, se acabaría con la ley del valor: los productos no circularían ya en base a su valor de cambio usando el patrón monetario universal. En suma, con la construcción de un centro estadístico y contable "neutral", no desligado de los consejos, independiente de cualquier grupo de personas o de cualquier autoridad de naturaleza central, la nueva sociedad escaparía al peligro de la formación de una burocracia parasitaria, que rapiñaría una parte del producto social.
Los Grundprinzipien de los comunistas de consejos holandeses tenían el mérito de enfatizar la importancia de los problemas económicos durante el periodo de transición del capitalismo al comunismo, cuando habían sido poco discutidos en el movimiento marxista. Sin un incremento real y continuado del consumo de la clase obrera, la "dictadura proletaria" no tendría ningún sentido y la perspectiva del comunismo sería un deseo piadoso.
Pero el texto del GIC sufría de un cierto número de debilidades, a las que no escaparon otros grupos revolucionarios (81).
Los Grundprinzipien se acercaron, de hecho, a la fase avanzada del comunismo, donde la administración de los hombres cedía su lugar "a la administración de las cosas", según el principio de "todos según sus necesidades, todos según sus posibilidades" (Marx). El GIC concibió como inmediatamente posible -al momento en que los Consejos Obreros tomasen el poder en cualquier país– la construcción del comunismo en su forma más avanzada. Empezaba a partir de una situación ideal, donde el proletariado victorioso se había apropiado del aparato productivo correspondiente a países altamente desarrollados, sin haber sufrido el gran mal de la guerra civil (destrucción, parte de la producción dedicada a las necesidades militares); donde, además, ningún problema campesino se erguía en el camino a la socialización de la producción, una vez que, según el GIC, la producción agrícola ya había sido completamente industrializada y socializada (82). Finalmente, ni el aislamiento de una o varias revoluciones proletarias, ni el arcaísmo de la pequeña producción agrícola pequeña, constituían el mayor obstáculo para fundar el comunismo: "Ni la ausencia de revolución mundial ni el desajuste del minifundismo individual para la gestión estatal pueden sostenerse como responsables del fracaso de (la Revolución rusa)..." en el campo económico. (83)
Así, el GIC se alejó de la visión de Marx sobre el periodo de transición, que distinguió dos fases: una fase inferior, la del socialismo donde "la administración de los hombres" determina una política económica "proletaria", en una sociedad todavía dominada por la escasez, y una fase superior, la del comunismo, donde la sociedad sin clases librada de la ley del valor disfrutaría de un desarrollo libre de las fuerzas productivas a una escala mundial. Pero incluso en la fase inferior del periodo de transición, dominada aún por la ley del valor y la existencia de clases reaccionarias, el marxismo puso el acento en que la condición de cualquier transformación económica socialista descansaba en el triunfo de la revolución mundial. El comienzo de cualquier transformación económica real de la nueva sociedad, todavía dividida en clases, necesitaba en primer lugar la seguridad política de la contraposición del proletariado a las otras clases.
La visión "economista" del GIC podría explicarse por una ignorancia del problema del Estado –denominado por Marx "semi-Estado"– durante el tiempo de dictadura del proletariado, al principio del periodo de transición. Este "semi-Estado" constituía una amenaza real para el poder proletario; reagrupando los estratos no proletarios y las anteriores clases poseedoras. En la teoría marxista, era un factor de conservación social: "este poder, surgido de la sociedad, pero situándose por encima de ella, y alienándose cada vez más de ella, es el Estado" (Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado). (84)
La teoría del GIC sobre el periodo de transición realmente podría parecer bastante cercana a la teoría anarquista, que niega la existencia de un Estado y así de una lucha política por la dominación de la nueva sociedad. El papel técnico otorgado por el GIC a los obreros, responsables de la contabilidad del tiempo medio de trabajo social de la producción, era una negación implícita de su papel político.
Como en la teoría anarquista, el GIC parecía dar una forma automática y casi natural a la construcción de una sociedad comunista. Esta no era el resultado de un proceso contradictorio y a largo plazo de lucha de clases por la dominación del "semi-Estado", contra los estratos sociales conservadores, sino el producto de un desarrollo lineal y armonioso, y casi matemático. La armonía matemática de la contabilidad del tiempo de trabajo era una garantía de la armonía de la sociedad comunista. Esta visión no está tan lejos de la de los utópicos en el siglo XIX, particularmente el de la "armonía universal" de Fourier (85).
La debilidad última de los Grundprinzipien descansaba en la contabilidad misma del tiempo de trabajo, incluida en una sociedad comunista desarrollada, no sufriendo ya más escasez. Económicamente, este sistema podría reintroducir la ley del valor, dando un valor contable y no un valor social al tiempo de trabajo necesario para la producción. El GIC se oponía así a Marx, para quien la norma de medida en la sociedad comunista no era el tiempo de trabajo sino el tiempo disponible (86), el tiempo libre disponible.
En segundo lugar, la existencia de una contabilidad "neutra" y del denominado centro técnico de contabilidad no ofrecía garantías suficientes para la edificación del comunismo. Este "centro" podría, finalmente, tener como objeto sólo la acumulación de las horas de trabajo social, recortando mientras los requerimientos de consumo y el tiempo disponible de los productores-consumidores, y también alienándose él mismo más y de la sociedad. "Hasta los cimientos", si de aquello se deriva que los productores ignoren más y más el control de este "centro" y la organización social en general, lo que podría convertirse inevitablemente en una transferencia de las funciones ocupadas por los "cuerpos" dirigentes de los productores a algunas "autoridades técnicas". La negación de estos peligros potenciales por el GIC no quedaba sin consecuencias. Los Internacionalistas holandeses podían a partir de esto rechazar cualquier posibilidad de lucha, aún bajo el comunismo, surgiendo de los productores para la mejora de sus condiciones de trabajo. Parecía que el GIC rehusaba a considerar la posibilidad de una sociedad donde la lucha por mejores condiciones de trabajo no cesaría, donde "la distribución del producto social seguiría siendo una distribución antagónica" y donde finalmente la lucha por la distribución igual de los productos pudiera existir. ¿No era esto reintroducir la idea de que los productores-consumidores no podrían luchar contra sí mismos, incluyendo su "centro de contabilidad"?
De hecho, para el GIC el comunismo se asemejaba a una igualdad absoluta entre todos los productores. Esto se cumplía al comienzo del periodo de transición (87). Durante el periodo comunista, ya no había desigualdad natural (física, psíquica) en las esferas de la producción y del consumo. Sin embargo, una sociedad comunista podría definirse como la verificación de una "igualdad real en la desigualdad natural" (88).
Pannekoek y la transformación económica de la nueva sociedad
Pannekoek, a quien Canne-Meijer había pedido un prólogo al libro de Jan Appel en 1930 (89), era muy cauteloso con la idea de escribir un libro consagrado a las transformaciones económicas del periodo de transición. Estimándose a sí mismo "no demasiado familiarizado con estas cuestiones", le parecía al principio "algo utópico e irreal" deducir un esquema de un "plan" irreal. Luego, después de haber leído los Grundprinzipien, le pareció que "ganaban siendo conocidos" (90).
De hecho, la posición de Pannekoek en estas cuestiones fue expresada, casi 15 años más tarde en su libro Los Consejos Obreros (1946). No difiere de forma apreciable de las conclusiones teóricas de los Grundprinzipien, pero sigue siendo más moderado, más histórico.
Como los Grundprinzipien, Pannekoek consideraba justificado el sistema de contabilidad de las horas de trabajo: "...en el nuevo sistema de producción, los datos fundamentales son el número de horas de trabajo, que se expresa en unidades monetarias, en los primeros periodos, o en unidades reales" (91). Como el GIC, Pannekoek tiende a reducir los problemas económicos del periodo de transición a cuestiones técnicas y estadísticas: "La contabilidad general, que relaciona e incluye a las administraciones de las varias fábricas, agrupará a todas juntas en una tabla económica del proceso de la sociedad... la organización social de la producción encuentra en una buena gestión por medio de estadísticas y datos contables... que el proceso de producción está claramente expuesto para todos bajo la forma de una representación numérica simple y entendible."
Esta concepción de la gestión, determinada por una realidad estadística y no social, envuelve una organización administrativa de la nueva sociedad, una pura "administración de las cosas" bajo la forma de oficinas de contabilidad: "Una vez que la producción estaba organizada, la administración se convierte en una tarea, relativamente simple, de la red de oficinas de contabilidad, enlazadas entre sí.
Como el GIC, Pannekoek sólo tiene en cuenta "la fase superior del comunismo". Los Consejos Obreros, "la organización de la democracia real", la de los obreros, sólo tienen un papel de decisión al nivel de la producción, pero al nivel político no tienen ninguno. Los consejos, a causa de que "la política misma desaparece", no ocupan ninguna función gubernamental del poder. No hay ningún "gobierno de los consejos", como era la consigna durante el periodo revolucionario (1917-1921):
"Los consejos no son un gobierno; ni aún los consejos más centrales poseen un carácter gubernamental. No tienen ninguna manera de imponer su voluntad sobre las masas; no tienen órganos de poder". El aspecto del "mantenimiento de la ley y el orden" y del la "violencia de clase", típicos de cualquier estructura estatal, no podría estar en manos de un poder político central, sino en las de un poder social descentralizado: "Todo el poder social es puesto en manos de los obreros mismos. En todas partes donde es necesario el ejercicio del poder contra desórdenes o ataques contra el orden existente, éste emana de las comunidades obreras en las fábricas y permanece bajo su control".
Esta aserción de "un poder social" de las comunidades obreras muestra que Pannekoek no aborda en Los Consejos Obreros la cuestión del Estado y de las clases sociales -analizados sin embargo por Marx y Engels–. Parece, de hecho, que Pannekoek consideraba la existencia de un "semi-Estado " en la "fase superior" del comunismo, ejerciendo todavía una forma de violencia. ¿Si existían todavía "comunidades obreras" y en consecuencia clases –y no una sociedad sin clases de productores–, no es esta la admisión de que el Estado aún permanecería? ¿Aunque este Estado, denominado "social", es desplazado de los consejos a las comunidades, para ser descentralizado, no es eso admitir la existencia de un poder político de clase? Enfrentándose a estas cuestiones, Pannekoek no daba ninguna respuesta precisa. Parecería más bién que este último retrotrae los problemas de una verdadera sociedad comunista, "sin clases ni Estado", a los del periodo de transición propiamente, en la "fase inferior" del comunismo.
Los Consejos Obreros de Pannekoek critican implícitamente los Grundprinzipien en dos puntos esenciales:
"Al principio del periodo de transición, considerando que debe levantarse una economía arruinada, el problema esencial consiste en la instalación del aparato de producción y en asegurar la existencia inmediata de la población. Es muy posible que bajo estas condiciones uno continúe distribuyendo los artículos alimentarios de modo uniforme, como siempre se hace en tiempos de guerra o de hambre, pero es más probable que en esta fase de reconstrucción, donde todas las fuerzas disponibles deben ocuparse completamente, y donde, es más, los nuevos principios morales del trabajo común toman forma sólo gradualmente, el derecho al consumo está ligado a la realización de tareas laborales. El viejo dicho popular "el que no trabaja no come" expresa un sentimiento instintivo de justicia."
"...Eso no significa que la totalidad de la producción se distribuirá de aquí en adelante a los productores, en proporción al número de horas de trabajo proporcionadas por cada uno, o, en otras palabras, que cualquier obrero recibirá en forma de productos el equivalente exacto del tiempo que pasó trabajando. De hecho, la mayoría del trabajo debe dedicarse a la propiedad común, debe usarse para mejorar y ampliar el aparato de producción... Es más, será necesario asignar parte del tiempo de trabajo total a las actividades improductivas, pero socialmente necesarias: la administración general, la enseñanza y los servicios de salud...".
El análisis de Pannekoek, a la luz de sus breves esbozos teóricos, aparece mucho más nutrido por las experiencias históricas concretas (la Revolución rusa y el Comunismo de Guerra), y menos marcado por cualquier forma de "utopismo" igualitario. Con el rechazo de un "derecho igual" en la distribución de los bienes de consumo, se muestra más cercano al de Marx en la Crítica del Programa de Gotha. Este enseña, de hecho, que una distribución igual basada en el tiempo de trabajo conllevaba al mismo tiempo nuevas desigualdades, dado que los productores difieren necesariamente los unos de los otros por sus habilidades laborales personales y también por su estado familiar y su capacidad física.
Sin embargo, como los Grundprinzipien, Los Consejos Obreros siguen encerrados en problemas técnicos y contables. El punto de vista sigue siendo "economista" –las cuestiones complejas del Estado y de la dominación política de la sociedad de transición por el proletariado nunca son abordadas, o lo son o muy brevemente. Desde un punto de vista económico, la cuestión decisiva de si la abundancia de bienes de consumo bajo el comunismo haría inútil cualquier cálculo del tiempo de trabajo individual es completamente ignorado. De un modo realmente tan simple, las cuestiones de la perpetuación de las formas monetarias y de la productividad social son francamente dejadas a un lado.
¿Es debido a la dificultad de diseñar una sociedad basada no en la escasez sino en la abundancia? Por último, la relación entre el comunismo y la naturaleza, la cuestión crucial de su equilibrio para la perpetuación de la humanidad, no podía obviamente proponerse en esa época.
5. El movimiento de lucha de la clase y Consejos Obreros
La publicación de Los Consejos Obreros en enero de 1946 contribuiría a la clarificación del movimiento de los consejos. Alrededor del grupo Communistenbond Spartacus (Unión Comunista Espartaco) se habían reunido militantes procedentes del grupo de Sneevliet (MLL Front) y del GIC como Canne-Meijer, Jan Appel y B.A. Sijes. La lucha de clases era concevida, según sus premisas, más como un movimiento económico que como un proceso de organización creciente del proletariado. Pannekoek, que había criticado la visión expresada en los Grundprinzipien, suministró importantes aportaciones de reflexión para entender la dimensión política de los Consejos Obreros, que uno no podía reducir a órganos de gestión económica. Aún cuando la base de la lucha de clase sea económica, esta se transformaba necesariamente en una lucha política de todos los obreros por el poder.
La "autogestión" de la lucha de la clase
Pannekoek insistió con fuerza más en la necesidad de una organización general de la clase que sobre el proceso de la lucha. De hecho, afirmaba que "la organización es el principio vital de la clase obrera, la condición de su emancipación" (92). Esta clara aseveración mostraba que la concepción del Comunismo del Consejos en este periodo no era la del anarquismo. A diferencia de esta corriente, Pannekoek enfatizó que la lucha de la clase es menos "acción directa" que el despertar del objetivo de la lucha, y que la conciencia precede a la acción:
"El desarrollo espiritual es el factor más importante en la apropiación efectiva del poder por el proletariado. La revolución proletaria no es el producto de una fuerza brutal, física; es una victoria del espíritu... En el principio era la acción. Pero la acción no es nada más que el principio... Cualquier inconsciencia, cualquier ilusión sobre la naturaleza, el objetivo, la fuerza del adversario, resulta en infortunio y la derrota funda una nueva esclavitud". (93)
Sólo este proceso de conciencia en la clase obrera permitía la erupción espontánea de "huelgas salvajes" (ilegales o no oficiales) en oposición a las huelgas "manejadas" por los sindicatos respetando las normas y el "orden público". La espontaneidad no era la negación de la organización; al contrario "la organización nace espontáneamente, inmediatamente".
Pero ni la conciencia ni la organización para la lucha son un objetivo en sí mismo. Expresan la praxis proletaria, donde la conciencia y la organización están sujetos al proceso práctico de extensión de la lucha, que conduce a la unificación del proletariado:
"...la huelga salvaje, tal fuego en el prado, se extiende sobre las otras fábricas e incluye masas cada vez más importantes... la primera tarea a ser desarrollada, la más importante, es hacer propaganda para intentar extender la huelga."
Esta idea de extender las huelgas salvajes estaba, no obstante, en contradicción con la de tomar posesión de las fábricas, una idea propagada por Pannekoek. A Pannekoek, como a los militantes de la Spartacusbond, le había marcado mucho el fenómeno de la ocupación de las fábricas en los años treinta. La ocupación de fábricas había pasado a la historia bajo el nombre de "huelgas polacas", desde que los mineros polacos en 1931 hubiesen sido los primeros en aplicar esta táctica. Esta se había extendido luego por Rumania y Hungría, después en Bélgica en 1935, y finalmente en Francia en 1936.
En ese momento, la Izquierda Comunista italiana, alrededor de Bilan, mientras saludaba estas explosiones de lucha obrera (94), había mostrado que estas ocupaciones conducían al encarcelamiento de los obreros en las fábricas, lo que correspondía a un curso contrarrevolucionario hacia la guerra mundial. En suma, un curso revolucionario resultaría primeramente en un movimiento de extensión de la lucha, que culminaría con la aparición súbita de los Consejos Obreros. La aparición de los consejos no causa necesariamente un paro de la producción y de la ocupación de las fábricas. Al contrario, en la Revolución rusa, las fábricas continuaron trabajando, bajo el control de los Consejos de Fábrica; el movimiento no consistía en una ocupación de fábricas sino en la dominación política y económica de la producción por los consejos bajo la forma de asambleas generales diarias. Esta es la razón por la que la transformación de las fábricas del Norte de Italia en "fortalezas" por los obreros en 1920, que ocuparon los talleres, expresaba un curso revolucionario en declive.
Para la Izquierda Comunista italiana, era necesario que los obreros rompiesen los lazos que los ataban a su fábrica, para crear una unidad de clase que excediese el marco estrecho del lugar de trabajo. Sobre esta cuestión, Pannekoek y la Spartacusbond estaban atados a las ideas "fabriquistas" de Gramsci en 1920. Consideraron la lucha dentro de la fábrica como un objetivo en sí mismo, dado que la tarea de los obreros era la gestión del aparato productivo, como primera fase antes de la conquista del espacio:
" ...en las ocupaciones de fábricas tiene lugar este futuro que depende de la conciencia clara de que las fábricas pertenecen a los obreros, de que juntos forman una unidad armoniosa, y de que la lucha por la libertad se llevará a cabo fuera hasta final en y por las fábricas... aquí los obreros se sus estrechos lazos con la fábrica... es un aparato productivo que ellos hacen funcionar, un órgano que sólo se convierte en una parte viva de la sociedad mediante su trabajo". (95)
Contrariamente a Pannekoek, la Spartacusbond tendía a guardar silencio sobre las varias fases de la lucha de la clase, y a confundir las luchas inmediatas (las huelgas salvajes) y las luchas revolucionarias (las huelgas de masas que darían lugar a los consejos). Cualquier comité de huelga –cualquiera que sea el periodo histórico y la fase de la lucha de clases– era comparado con un Consejo Obrero:
"El comité de huelga incluye delegados de varias fábricas. Es llamado de este modo "comité general de huelga"; pero uno puede llamarlo Consejo Obrero." (96)
Al contrario, Pannekoek subrayó en las Cinco tesis sobre la lucha de clases (1946) que la huelga salvaje sólo se volvería revolucionaria en la medida en que se convirtiese en "una lucha contra el poder del Estado"; en este caso "los comités de huelga deben entonces asumir funciones generales, políticas y sociales, es decir, el papel de Consejos Obreros". (97)
La autogestión del nuevo poder político
Fiel al marxismo, Pannekoek no rechazó el uso de la violencia como medio de la lucha contra el Estado ni el concepto de "dictadura del proletariado". Pero estos no eran en ningún caso un objetivo por sí mismos; estaban estrechamente subordinados al objetivo comunista: la autoemancipación del proletariado, que se vuelve consciente mediante su lucha. Su único principio de acción era la democracia obrera. La revolución de los consejos no era "una fuerza brutal y estúpida (que) sólo es capaz de destrucción". "Las revoluciones, al contrario, son nuevas construcciones resultantes de nuevas formas de organización y pensamiento. Las revoluciones son periodos constructivos dentro de la evolución de la humanidad". Esta es la razón por la que "si la acción armada (jugaba) también un gran papel en la lucha de la clase", era al servicio de un objetivo: "no para romper craneos, sino para abrir los cerebros" (98). En esta dirección, la dictadura del proletariado no era sino la libertad del proletariado para la realización de la verdadera democracia de consejos:
"La concepción de Marx de la dictadura del proletariado parece idéntica a la democracia obrera en la organización de consejos."
Pannekoek tuvo cuidado de distinguir la dictadura del proletariado de la del Estado: "Los consejos no son un gobierno; incluso los consejos más centralizados no son de naturaleza gubernamental, porque no tienen ningún medio de imponer su propia voluntad a las masas; no tienen órganos de poder. Todo el poder social pertenece a los obreros mismos."
Así, los Consejos Obreros parecen una estructura autónoma de autorregulación en la base, no teniendo necesidad de órganos especializados. Es más, Pannekoek sostenía la posibilidad de ejercer el poder descentralizado, mediante el "policentrismo" del poder proletario: "En esta dependencia mutua y esta conexión de las fábricas, en sus eslabones con otras ramas de la producción, los consejos, que discuten y deciden, cubrirán campos de acción cada vez más amplios; hasta la organización, el consumo y la distribución de todos los bienes necesarios, requerirán sus propios consejos de representantes de todas las partes interesadas y serán más bien locales o regionales". (99)
Las contradicciones y los silencios de Los Consejos Obreros
Uno mencionará varias inconsistencias en el libro de Pannekoek.
Hay inicialmente la visión de un desarrollo automático de los comités de lucha y de los comités de fábrica para convertirse en Consejos Obreros. Estos comités anuncian los consejos por su revocabilidad:
"Durante una huelga salvaje los obreros deciden sobre todo por sí mismos, por medio de asambleas generales. Eligen comités de huelga, cuyos miembros son revocables en cualquier momento. Si el movimiento se propaga en un gran número de fábricas, la unidad de acción se lleva a cabo gracias a comités ampliados, que reúnen a los delegados de todas las fábricas en huelga. Estos delegados no deciden aparte de las bases, y no les imponen su voluntad. Son utilizados, de forma totalmente simple, como agentes de transmisión, que expresan las opiniones y los deseos del grupo al que representan, y, recíprocamente, llevan a las reuniones generales, para la discusión y decisión, la opinión y los argumentos de los otros grupos. Constantemente revocables, no pueden jugar el papel de dirigentes. Los obreros deben escoger su camino por sí mismos, decidir por sí mismos sobre el curso a dar a la acción; la capacidad de decidir y actuar, con sus riesgos y sus responsabilidades, les pertenece. Y cuando la huelga acaba, los comités desaparecen ". (100)
Si Pannekoek tiene razón en insistir en el aspecto evolutivo del proceso, no muestra en dónde existe el verdadero salto histórico en que surge la forma revolucionaria de los consejos, considerando que los comités de la huelga son todavía sólo potencialmente revolucionarios.
En segundo lugar, en Pannekoek, una concepción estrecha de la democracia obrera en los consejos evacuaba la cuestión de la oposición del poder obrero a las otras clases, especialmente al Estado. Los consejos parecían el reflejo de la diversas "opiniones" entre los obreros. Son una especie de parlamento con sus comités, donde los diferentes grupos de trabajo coexisten, pero sin poder ejecutivo ni legislativo:
"Los delegados en los consejos están... limitados por su mandato: tienen para la sola misión de entregar la opinión de los grupos de obreros que les escogieron para representarlos. Dándose que son constantemente revocables, los obreros que los han elegido preservan todo el poder".
Los consejos no eran, así, un instrumento del poder del proletariado, sino una asamblea abstracta:
"Los consejos no controlan; transmiten las opiniones, las intenciones, la voluntad de los grupos de trabajo."
Pero, como muy frecuentemente, en Los Consejos Obreros una aserción está seguida de su exacta antítesis, por lo que es difícil desvelar un pensamiento coherente. Tanto en el pasaje citado los Consejos Obreros parecen ineficaces, como tanto más allá son definidos como un poderoso órgano "que tiene que ocuparse de tareas políticas", donde "lo que se decide... es puesto en práctica por los obreros". Lo que implica que los consejos "escriben el nuevo derecho, la nueva ley".
En tercer lugar, los consejos parecían ser sólo órganos de fábrica, o Consejos de Fábrica. De esta manera, la extensión territorial y, así, la internacionalización de los consejos, parecía un problema secundario. Para Pannekoek, parece que la forma de los consejos no es propiamente de naturaleza territorial sino una asociación co-ordenada de los diferentes lugares de producción:
"La representación por medio de los consejos no se fundamenta en la reagrupación absurda en comunas o distritos; depende de la reagrupación natural de los obreros en el proceso de producción, la única base real de la vida social." (ídem).
"Sólo los intereses proletarios están allí representados, excluyendo de esta forma la participación de delegados capitalistas... Los Consejos Obreros son los órganos de la dictadura del proletariado".
Así, todo viene de las fábricas para volver a las fábricas, en el ejercicio del poder político o económico. Las fábricas parecían como múltiples "fortalezas" en la realización de la verdadera asociación de los productores. Uno puede reflexionar hoy a cerca de la validez de esta visión, teniendo en cuenta el peso decreciente de las fábricas en la vida económica y social. Desde un punto de vista económico, en un mundo de seis billones de seres humanos, demasiada centralización mata cualquier iniciativa económica autoregulada, cualquier espontaneidad de los productores (y consumidores), para llevar a cabo el socialismo. En ninguna parte se plantea la cuestión de si la base territorial, descentralizada para el ejercicio del poder, no sería la mejor base de decisión y acción.
Por último, la cuestión del antagonismo entre los consejos y el Estado, que surge de la revolución, no se encuentra por ninguna parte. Aunque la cuestión había surgido en la Revolución rusa, Pannekoek parece considerar implícitamente los consejos como una especie de Estado, cuyas tareas serán cada vez en mayor medida económicas, una vez que los obreros se habrán convertido en los "amos de las fábricas". Los consejos cesan de ser órganos políticos y "se transforman... en órganos de producción" (100). Bajo este ángulo, es difícil de ver en que difiere la teoría de los consejos de Pannekoek de las bolcheviques después de 1918. Permítasenos no olvidar que la transformación de los consejos a partir de marzo de 1918 en órganos de producción para el Estado se enlazaba con la supresión de cualquier democracia en las elecciones de los delegados. Los consejos no eran nada más que una cáscara vacía o "un pueblo de Potemkin", un simple apéndice del Estado que establece el capitalismo de Estado. La política del Comunismo de Guerra logró transformar los consejos en órganos de producción al servicio de las necesidades económicas y militares del Estado ruso.
Más de 50 años después de bosquejar los Consejos Obreros, muchas cuestiones concretas siguen pospuestas, sin resolver:
La cuestión del Estado realmente no se ha aclarado. La cuestión crucial de la orientación de la nueva sociedad está ausente: ¿no más unidad monetaria? ¿desaparición de la contabilidad en las fábricas? ¿Desaparición súbita del trabajo asalariado? ¿no más emulación en el trabajo? ¿Y qué sobre la contabilidad de los gastos sociales? Todas estas cuestiones no se plantean, y es de una gran dificultad tratarlas sin una experiencia mundial, considerando que la revolución rusa sólo fue capaz de encajar –a pesar de, o debido a, el Comunismo de Guerra– dentro del marco del capitalismo del Estado.
Para formular tales cuestiones media el retorno al punto de partida, tal como ha sido elaborado por Dietzgen y la izquierda holandesa: el del factor "espiritual", la fuerza impulsora de la nueva sociedad.
Y, finalmente, qué sobre el lugar de los diferentes partidos que reivindican la revolución de los consejos. Uno notará que Pannekoek no niega la existencia de partidos revolucionarias: estos perdieron sus vieja función jacobinista de aspirar a tomar el poder, como un Estado mayor de la guerra social. Encarnaron el pensamiento de los obreros organizados en grupos de trabajo descentralizados:
"(Ellos) tienen una función: difundir claridad y conocimiento, estudiar, discutir y formulan las ideas sociales, y clarificar la mente de las masas por medio de su propaganda. Los Consejos Obreros son los órganos de la acción práctica y de la lucha de la clase obrera; los partidos tienen la tarea de ejercer el poder espiritual. Su actividad es esencial para la autoemancipación de la clase obrera." (102)
Los partidos revolucionarios (los "comunistas de consejos") y los consejos están así fuertemente ligados entre sí, en el camino estrecho y difícil que conduce de la esclavitud asalariada a la autoemancipación del conjunto de los explotados y oprimidos.
Philippe Bourrinet.
NOTAS CRÍTICAS DEL TRADUCTOR:
* Rosa Luxemburgo no comprendía claramente la interdependencia entre el carácter de vanguardia consciente del partido revolucionario y su composición necesariamente limitada, lo cual era opuesto a la tradición socialdemócrata. Este aspecto, desarrollado por el KAPD, será más asumido por parte de Pannekoek, aunque su deriva le conduzca a subestimar la función de la vanguardia revolucionaria. Nota del traductor.
** En realidad, el planteamiento era más exactamente el siguiente: son necesarias nuevas formas de organización del combate de masas en la fase transitoria que separa la ruptura con el reformismo y la formación de consejos obreros revolucionarios. La experiencia militante en las fábricas durante la revolución alemana, y la experiencia de la revolución rusa de 1917, revelan dos cuestiones fundamentales: que la fábrica es el marco donde se condensa el antagonismo de clases y donde la clase genera su espontaneidad colectiva, y que el poder proletario sólo puede construirse firmemente sobre la base de la fábrica para evitar las usurpaciones burocráticas y tomar en sus manos la vida de la sociedad, la producción de la vida.
Las organizaciones de fábrica eran la síntesis de esto bajo la forma de praxis. Eran organizaciones a la vez económicas y políticas, algo que parece no entrarle en la cabeza al autor de este escrito, por lo demás de gran valor. Del mismo modo, el "obrerismo" y el "fabriquismo", si por eso se entiende la aplicación práctica del principio de la centralidad obrera en el movimiento revolucionario y del principio de la unidad de clase sobre la base de la estructura de la producción (en aquella época las grandes fábricas), constituyen una crítica extraña al marxismo. La creación de organizaciones territoriales y de consejos obreros deberá suceder a la organización previa al nivel de la producción de mercancías y de la creación de formas de poder en la esfera de la producción, y no verse como sustitutiva de las mismas. Nota del traductor.
*** Ver nota anterior. En una situación revolucionaria, además, como analiza Otto Rühle, toda organización de clase tiene que asumir el carácter político esencial de la lucha de clases. En el periodo histórico de declive del capitalismo y de transición potencial al socialismo es cuando se hace cada vez más patente este carácter político en las luchas. También, con ello, la necesidad de unir todos los aspectos de la lucha en la organización de clase. La función de la vanguardia, desde este punto de vista, no puede verse ya como algo separado de las luchas vivas y de los antagonismos concretos que se desarrollan en la sociedad, sino que su función consiste en elevar cuantitativa y cualitativamente la autoactividad de la clase obrera, cuya conciencia-fuerza se pone en movimiento a través de la contradicción de clase. La vanguardia sólo es vanguardia cuando es capaz de impulsar y orientar ascendentemente el movimiento espontáneo del proletariado. Nota del traductor.
NOTAS:
1. Josef DIETZGEN, L’essence du travail intellectuel, con un prólogo de Pannekoek (1902), "Champ libre", Paris, 1973. Existe una traducción al holandes por Gorter, en 1903.
2. Folleto de Engels, traducción al francés, "Editions sociales", Paris, 1966, p. 60-61. Dietzgen no era un obrero, sino un maestro curtidor que tenía su propia sociedad.
3. Franz MEHRING, Die Neue Zeit, Oct. 29. 1909, en Gesammelte Werke, Dietz, 1961, T.13, p.212-213.
4. PLEKHANOV, Obras Filosóficas, T.3, Moscú, 1981, p. 100-116: "Joseph Dietzgen ", 1907.
5. El mismo Pannekoek protestó contra los propósitos del hijo de Dietzgen y otros de formar una teoria "dietzgenista", "menos rígida" y, finalmente, más "idealista" que "el estrecho marxismo". En un artículo del 12.11.1910 "Dietzgenismus und Marxismus" en Bremer Bürgerzeitung; reimpresión en BOCK, ‘Pannekoek in der Vorkriegssozialdemokratie', Jahrbuch 3, Frankfurt/Main, 1975 –Pannekoek rechazó la idea de oponer Marx a Dietzgen: "Ni «dietzgenismo» ni «marxismo estrecho», sino Marx y Dietzgen, tal es el punto de vista del proletariado... Allí tiene un solo marxismo, la ciencia de la sociedad y la humanidad fundada por Marx, donde las contribuciones de Dietzgen encajan como una parte necesaria y relevante".
6. Lenín, en Materialismo y Empiriocriticismo (1909), escribió lo que sigue: "Este obrero filósofo, que descubrió a su propio modo el materialismo dialéctico, no está falto de grandeza". pág. 257, volumen XIV, Obras de Lenin, "Ediciones sociales", 1962). En esta dirección, Pannekoek opuso en 1910 los bolcheviques a Plekhanov; siendo este último la expresión de un marxismo mecánico y fatalista: "...Con respecto a los bolcheviques, que opusieron la teoría de Dietzgen, como teoría de la actividad del espíritu humano, al marxismo fatalista, Plekhanov ejerció una agria crítica pero sin fundamento". Esta alabanza a los bolcheviques en 1910 se pone en paralelo con la posición más tardía de Pannekoek sobre los bolcheviques y Lenin en 1938.
7. La naturaleza del trabajo mental, Champ libre, París, 1973, pág. 90.
8. Ídem, pág. 71.
9. Traducido al holandés por Gorter, Josef Dietzgen fue comentado por Pannekoek, en un prólogo de 1902, "Situación y significación de las obras filosóficas de Josef Dietzgen" ("Champ libre", París, 1973); y por Henriëtte Roland Holst: Joseph Dietzgens Philosophy in ihrer Bedeutung für das Proletariat, München, 1910. Este último trabajo era un largo resumen sintético de los textos de Dietzgen. Insistió mucho en la "moral" de Dietzgen, atacada por Plekhanov.
10. DIETZGEN, op. cit., pág. 183: "Nuestra lucha no se dirige contra la moralidad, ni aún contra cierta forma de la última, sino contra la pretensión de elaborar de una forma dada el formato [altamente espiritual] de la moralidad en general."
11. Este minimización de la violencia de clase, como factor material, aparece a menudo en dos textos mayores de Roland Holst: De strijdmiddelen der sociale revolutie, Amsterdam, 1918; De revolutionaire massen-aktie, Rotterdam, 1918. Para Roland Holst, la acción de masas no significa "violencia"; ella usa frecuentemente el término de "violencia espiritual".
12. GORTER, Het historisch materialism, Amsterdam, 1909, pág. 111,.
13. Programe communiste Nºs. 53-54, octubre 1971-marzo 1972, "Gorter, Lenin y la Izquierda". Por "iluminismo", la corriente "bordigista" entiende la adhesión a las ideas correspondientes al Siglo de las Luces, en su forma de "ilustración" (Aufklärung). De hecho, la corriente "bordigista" desarrolla una confusión sistemática entre Gramsci y Gorter-Pannekoek a razón de la polémica.
14. GORTER, Der historische Materialismus, Stuttgart, 1909; pág. 127, con un prólogo de Kautsky, muy elogiador.
15. Die taktischen Differenzen in der Arbeiterbevegung, Hamburg, 1909; citado por Serge BRICIANER, Pannekoek y los Consejos Obreros, EDI, Paris, 1969, pág. 97.
16. PANNEKOEK, "Divergencias tácticas en el movimiento obrero", extraído de BRICIANER, op. cit., pág. 56.
17. LUKACS, Historia y conciencia de clase; Ediciones de Minuit; 1960; París; pág. 73.
18. PANNEKOEK, en Bremer Bürgerzeitung, 24.8.1912, "Der Instinkt der Massen"; reimpresión por BOCK (Hans Manfred), en Jarhbuch 3, "Die Linke in der Sozialdemocratie", 1975, pág. 137-140.
19. Es la posición de la corriente denominada "leninista", sobre todo representada por los discípulos de Bordiga.
20. PANNEKOEK, "Massenaktion und Revolution", en Die Neue Zeit, XXX/2, 1911-1912, pág. 541-550; 585-593; 609-616. Reimpresión en Antonia GRUNENBERG, Die Massenstreikdebatte, Frankfurt/Main, 1970. Traducción francesa: Kautsky, Luxemburgo, Pannekoek. El socialismo: la via occidental, París, 1983 (con una introducción de Henri WEBER, un extrotskista dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), y hoy [en 1999] senador y secretario del Partido Socialista Francés), pág. 297-335.
21. PANNEKOEK, op. cit., en BRICIANER, pág. 98.
22. MARX, La Ideología alemana: "Para producir esta conciencia comunista masivamente, así como para hacer triunfar la causa misma, uno necesita una transformación que toque a la masa de los hombres, que sólo puede tener lugar en un movimiento práctico, en una revolución." [MARX, Obras 3, "La Pléiade", Gallimard, París, pág. 1123.]. Y Marx agrega: la clase obrera es una clase "de donde emana la conciencia de la necesidad para una revolución en profundidad, la conciencia comunista" (ídem, pág. 1122).
23. LENIN, "Sobre la reorganización del partido", 1905, Obras, volumen 10, pág. 24.
24. Vea Henri DUBIEF (introducción y textos presentados por), El Sindicalismo Revolucionario, Armand Colin, París, 1969.
25. Citado por Antonia GRUNENBERG, Die Massenstreikdebatte, Frankfort, 1970, en su introducción. (Recopilación de textos de Pannekoek, Parvus, Luxemburgo, Kautsky sobre la huelga de masas)
26. Para los eventos revolucionarios de Italia, en 1904, vea Robert PARIS, Historia del Fascismo en Italia, Maspéro, París, 1962, pág. 45.
27. VLIEGEN, Die eleven kracht ontwaken deed, Amsterdam, 1924; 2a parte, pág. 39-40.
28. Para la resolución de Roland Holst y la discusión sobre las huelgas de masas durante el congreso de Amsterdam (1904), ver Historia de la Segunda Internacional, reimpresión Minkoff, T. 14, Ginebra, pág. 44-46 (pág. 320-322, reimpresión Minkoff).
29. Carl E. SCHORSKE, Die grosse Spaltung. –Die deutsche Sozialdemokratie von 1905 bis 1917, Olle & Wolter, Berlín, 1981, pág. 64. La mayoría de las referencias al movimiento obrero alemán se esbozan de este libro, inicialmente publicado en inglés americano en 1955.
30. Vea A. GRÜNENBERG, op. cit.; el texto de Parvus está en esta colección.
31. Esta cita y las siguientes sobre la experiencia belga de la huelga general vienen de la colección francesa, Rosa LUXEMBURGO; Franz MEHRING, Huelgas Salvajes; la espontaneidad de las masas', pág. 17-41. (En alemán, R. LUXEMBURGO, Gesammelte Werke, Band 1/2, Ost Berlín, 1974.)
32. SCHORSKE, op. cit., pág. 69.
33. Generalstreik und Sozialdemokratie, Dresde, 1905. Citas extraidas de la segunda edición, 1906, Dresde, del libro de Roland Holst; respectivamente páginas 6, 120, 84, 94, 180, 127 y 120,. (La edición holandesa, Algemeene werkstaking en sociaaldemocratie, Rotterdam, 1906.)
34. Vea. J.P. NETTL, Vida y obra de Rosa Luxemburgo, T I, Maspéro, París, 1972, pág. 352. El folleto de Rosa Luxemburgo iba inicialmente a aparecer como "manuscrito impreso" para uso interno, para los delegados del congreso del SPD. Éste, bajo la presión de los sindicatos, hizo poner en estiba los ejemplares restantes de la primera edición; y tuvo que hacerse una "edición" más "moderada"; se censuraron algunas formulaciones juzgadas "inaceptables" por los sindicalistas.
35. Citas extraidas de las Obras I de Rosa Luxemburgo, Maspéro; 1969; pág. 92-174. En alemán; R. Luxemburgo, Politische Schriften I, 1968, Frankfort; "Massenstreik, Partei und Gewerkschaften", pág. 135-228.
36. Vea TROTSKY, 1905, Editions de Minuit, París, 1969; el capítulo "conclusiones", pág. 222-241.
37. Vea. SCHORSKE, op. cit., pág. 53-54.
38. Desde 1910, en cada sesión parlamentaria inaugural, el SDAP holandés decidió sostener cada año ritualmente ("martes" rojo) concentraciones, demostraciones, acompañadas de peticiones al gobierno, por el sufragio universal. Estas demostraciones anuales reemplazaron, en la concepción del SDAP, ventajosamente a las huelgas masivas, por las que nunca tuvo atracción.
39. LUXEMBURGO, "Was weiter?", en Dortmunder Arbeiterzeitung, 14 de marzo, 1910; reimpresión en la edición de Alemania del Este, Gesammelte Werke, volumen 2, 1974.
40. KAUTSKY, Die Neue Zeit, 1910, "Was nun?"; traducción francesa; "¿Y ahora?", Pannekoek Luxemburgo Kautsky – el Socialismo: la via occidental, PUF, París, 1983; pág. 52.
41. KAUTSKY, "Eine neue Strategie ", XXVIII, 1910; traducción francesa, "Pannekoek, Luxemburgo, Kautsky", op. cit., pág. 152.
42. KAUTSKY, "¿Y ahora?", op. cit., pág. 78.
43. KAUTSKY, "Una nueva estrategia", op. cit., pág. 153.
44. El sociólogo derechista Gustave Le Bon inspiró el artículo de Kautsky: "Massenaktion", en Die Neue Zeit, 1911. Traducción francesa en "Pannekoek, Luxemburgo, Kautsky...", op. cit., "la acción de masas", pág. 271 y 275.
45. LUXEMBURGO, "Ermattung oder Kampf?", Die Neue Zeit, 1910; en francés, op. cit., pág. 126.
46. LUXEMBURGO, "Die Theorie und die Praxis ", en Die Neue Zeit, 1910, pág. 564-578, 626-642; en francés: "Pannekoek Luxemburg Kautsky", op. cit., pág. 177-227.
47. KAUTSKY, "Zwischen Baden und Luxemburgo", Die Neue Zeit, 1910, pág. 652-667; en francés, op. el cit., "Entre Bade et Luxemburg", pág. 236.
48. PANNEKOEK, "Divergencias tácticas en el movimiento obrero", en BRICIANER, op. cit., pág. 75, 80.
49. KAUTSKY, "Der jüngste Radikalismus", Die Neue Zeit, 1912, p.436-446. Pannekoek replicó en señal de desafío: "¡Eh, bien! ¡Adelante por el sindicalismo revolucionario!", para cerrar el debate con Kautsky, Die Neue Zeit, 1913, "Zum Schluss", pág. 611-612.
50. Los textos alemanes en A. GRÜNENBERG, op. cit. En francés, Pannekoek Luxemburgo Kautsky – Socialismo: la via occidental, op. cit., pág. 297-335; 387-415.
51. PANNEKOEK, "Acción de masas y Revolución", op. cit., pág. 322-323, 298.
52. PANNEKOEK, "Teoría y táctica revolucionaria", op. cit., pág. 407; "Acción de masas y Revolución", op. cit., pág. 313.
53. PANNEKOEK, "Teoría marxista y tácticas revolucionarias", op. cit., pág. 414.
54. PANNEKOEK, "Partei und Massen", en Bremer Bürgerzeitung, 4 de julio, 1914.
55. PANNEKOEK, "Acción de masas y Revolución", op. cit. También vea Pannekoek, Der Kampf der Arbeiter, Leipzig, 1909, pág. 30,: "Detrás de cada demanda temporal, los capitalistas verán disimulandose la hidra de la revolución".
56. Vea capítulo 6.3. El Estado y la Revolución. Los marxistas rusos se habían mantenido alejados en el momento de la polémica entre Kautksy por un lado y Luxemburgo y Pannekoek por otro. Trotsky era irónico sobre "la noble impaciencia" de Rosa Luxemburgo. Por otro lado, Lenin enfatizó que el punto de vista de Pannekoek contra Kautsky era correcto, desde 1912 (Vea.Corrado MALANDRINO, Scienza e socialismo. Anton Pannekoek (1873-1960), Milan, 1987, pág. 140-141.)
57. PANNEKOEK, Die Machtmittel des Proletariats, conferencia mantenida en una reunión de obreros en Stuttgart, en octubre de 1910.
58. PANNEKOEK, "Die Machtmittel...", op. cit., pág. 3.
59. KAUTSKY, "Las nuevas tácticas", op. cit., pág. 371: "Hasta ahora, lo que opusieron los socialdemócratas a los anarquistas, era que los primeros querían tomar el poder del Estado y los segundos destruirlo. Pannekoek quiere ambas cosas."
60. PANNEKOEK, Umwälzungen im Zukunftsstaat, Leipzig, 1906; reimpresión en A. PANNEKOEK, Neubestimmung des Marxismus 1, introducción por Cajo BRENDEL, Karin Kramer Verlag, Berlín, 1974. Las citas que siguen en el texto son extraidas de este folleto.
61. La formulación de ROLAND HOLST, Partei und Revolution, Wien, 1921. Reimpresión por el Kollektiv Verlag Berlín, 1972, con una introducción de Cajo BRENDEL.
62. PANNEKOEK, Revolución mundial y tácticas comunistas, en BRICIANER, op. cit., pág. 163-201.
63. GORTER, Carta Abierta al Camarada Lenin, "Spartacus", París, 1979. Con una introducción de Serge Bricianer.
64. PANNEKOEK, Revolución mundial y tácticas comunistas, op. cit., pág. 164.
65. Zubatov era un provocador al servicio del zarismo, que había construido sindicatos para empujar a los obreros a confrontaciones con los propietarios privados en lugar de enfrentarse al Estado zarista. Este esfuerzo de la Okhrana –in 1901- para controlar a los obreros fue en vano; en 1903, la asociación "zubatovista" desapareció de repente.
66. LENIN, La Enfermedad infantil del comunismo, Ediciones Beijing, páginas 45-46. Esta táctica de "entrismo" en los sindicatos era y todavía sigue siendo enormemente practicada por las corrientes trotskistas.
67. Sobre la represión ejercida por los sindicatos alemanes, por medio de unas fuerzas irregulares en enero de 1919. Vea. Illustrierte Geschichte der deutschen Revolution, "Internationaler Arbeiter Verlag", 1929, pág. 278. El socialdemócrata Baumeister, designado representante sindical, y el escritor del Vorwärts Erich Kuttner (1887-1942) formaron el regimiento del Reichstag, integrado por socialdemócratas, que tomaron parte con las fuerzas irregulares de Noske para el aplastamiento sangriento de los obreros revolucionarios.
68. Gallacher (1881-1965), en el IIº Congreso del Comintern, ilustró con su experiencia de obrero la vacuidad de las tácticas "entristas" en los viejos sindicatos: "Trabajamos en los sindicatos británicos durante 25 años sin haberlos revolucionado desde el interior. Cada vez que tuvimos éxito haciendo de uno de nuestros camaradas un dirigente sindical, se demostraba que, en lugar de haber un cambio de tácticas, el sindicato había corrompido a nuestro camarada... Es tan estúpido hablar de conquistar los sindicatos como hablar de conquistar el Estado capitalista." (Der Zweite Kongress der Kommunistischen Internationale, Hamburgo, 1921, pág. 627-629.) Después de esto, Gallacher repudió sus viejas posiciones revolucionarias; fue elegido diputado miembro del parlamento, lo que seguiría siendo hasta 1939.
69. La revista bordigista Programme Communiste Nº 56, 1972, afirmaba eso sin ninguna vergüenza ("El marxismo contra el idealismo o el partido contra las sectas"). Para los bordigistas: " ...El marxismo nunca teoriza una forma de organización como forma revolucionaria que será útil, por naturaleza, para la insurrección y la conquista del poder. En 1871 era la Comuna; en 1917, los soviets; en Italia, podrían serlo las Cámaras de Trabajo (Camere del lavoro)."
70. Vea. P. BOURRINET, La Izquierda comunista italiana, maîtrise, París-I-Sorbonne, 1980, p.132-136,.
71. P.I.C. Nºs. 1 y 4, febrero y junio de 1938.
72. P.I.C. Nº 4, junio de 1938, "De strijdcomities der wilde stakingen".
73. P.I.C. Nº 2, febrero de 1936, "Praktisch werk".
74. P.I.C. Nº 2, febrero de 1932, "De stempelstaking, de Centrale Advies Commissie en de Communisten".
75. Henk CANNE-MEIJER, Hacia un nuevo movimiento obrero. La versión inglesa en la revista de Mattick, Correspondencia Consejista Internacional, Nº 10, agosto de 1935, "El asecenso de un nuevo movimiento obrero". El texto original alemán en Räte-Korrespondenz Nº 8/9, Amsterdam, 1935, "Das Werden einer neuen Arbeiterbewegung."
76. "De Arbeidersklasse en Revolutie ", en Radencommunisme Nº 4, marzo-abril de 1940.
77. Los textos de la revista "Perronista" Bilan sobre el periodo de transición han sido traducidos en parte al italiano: Rivoluzione e reazione (lo stato tardo-capitalistico nell'analisi della Sinistra comunista), Università degli studi di Messina, Milano, Dott. A. Giuffrè editores, 1983. Introducción por Dino ERBA y Arturo PEREGALLI.
78. La cuestión del Estado durante el periodo de transición fue abordada especialmente por la tendencia de Essen del KAPD en 1927. Los Consejos Obreros son comparados con el "Estado" proletario (vea. KAZ (Essen), Nºs. 1 al 11, 1927). En la tendencia de Berlín, como única contribución a la discusión, fue publicado un texto de Jan Appel (Max Hempel) criticando "el comunismo de Estado de Lenin", en Proletarier, Nº 45, mayo de 1927, "Marx-Engels und Lenín über die Rolle des Staates in der proletarischen revolution.". Este texto no comprometió a la junta editora de la revista teórica del KAPD en Berlín.
79. Los estudios de Pannekoek sobre la cuestión de la violencia en la revolución, oponiendo al principio anarquista de "no violencia" el papel fundamental de la conciencia en la revolución: "...La no violencia por sí misma no puede ser una concepción del proletariado. El proletariado usará la violencia en su momento, en tanto que sea de utilidad y necesaria. La violencia de los obreros jugará en ciertos momentos un papel determinante, pero la fuerza principal del proletariado descansa en el dominio de la producción... la clase obrera debe usar todos los métodos de lucha que sean utiles y eficaces, según las circunstancias. Y en todas estas formas de lucha, en primer plano vendrá su fuerza interior, su fuerza moral" (PANNEKOEK (anónimo), P.I.C. Nº 2, febrero de 1936, "Geweld en geweldloosheid".
80. Die Grundprinzipien kommunisticher Produktion und Verteilung, 1930; reimpresión (con prólogo de Paul Mattick), Rüdiger Blankertz Verlag, Berlín, 1970; una edición holandesa con muchas adiciones fue publicada de nuevo en 1972, por el "Uitgeverij De Vlam" (Ediciones Spartacusbond) con una introducción del Spartacusbond. Las citas se extrajeron –excepto la mención explícita– de la edición alemana, páginas 11, 23, 34, 40. La versión inglesa de la revista Correspondencia Consejista Internacional, folleto especial, Lo que el comunismo es realmente. ¿Medida del tiempo de trabajo social como base de la producción y distribución comunistas?, 1935.
81. Los críticas del texto del GIC fueron elaboradas, Bilan, Nº 31 al Nº 38, 1936, por Mitchell (su verdadero nombre es Melis o Jéhan van den Hoven?), miembro de la Liga belga de los Comunistas Internacionalistas (LCI). Adhémar Hennaut, en nombre de la LCI, resumió Los Principios Básicos, en Bilan (Nºs. 19, 20, y 21).
82. Esta tesis había sido expuesta en 1933, por el GIC, en su folleto: Ontwikkelingslijnen in landbouw, pág. 1-48. Este texto parece ser escrito por B. A. Sijes.
83. Grondbeginselen der communistische productie en distributie, 1935; reimpresión "De Vlam", Ediciones Spartacusbond, Amsterdam, 1970, pág. 10.
84. Un estudio resumido de las diversas tesis sobre el periodo de transición, de las corrientes de izquierda del Comintern, en el doctorado Jean SIÉ, Sobre el periodo de transición hacia el socialismo: las posiciones de las izquierdas en la IIIª Internacional, Toulouse, 1985; publicado por Comsopolis, Leiden, 1986.
85. Este retorno a la utopía existe en Rühle, que escribió en 1939 un estudio sobre los movimientos utópicos: Mut zur Utopie!. Vea Otto RÜHLE, Baupläne für eine neue Gesellschaft, Rohwohlt, Hamburgo, 1971.
86. "El tiempo de trabajo se adecuará, por un lado, a las necesidades del individuo social, mientras ayudará, por otro lado, a tal aumento en las fuerzas productivas que el tiempo libre aumentará para cada uno, considerando que la producción es calculada para la riqueza de todos. Siendo la verdadera riqueza el pleno poder productivo de todos los individuos, la norma de medida [ya] no será el tiempo de trabajo, sino el tiempo útil. Adoptar el tiempo de trabajo como norma de la riqueza, es basar ésta en la pobreza; es querer que el tiempo libre sólo exista en y mediante la oposición al tiempo de trabajo, es reducir el tiempo entero al solo tiempo de trabajo..." (MARX, Grundrisse, Gallimard Ed., Pléiade", volumen 2, pág. 308).
87. La mayoría de las Izquierdas Comunistas subrayaron, al contrario, que la igualdad en la distribución de los productos para el consumo humano sería imposible al principio del periodo de transición. Sobre todo, durante el periodo de guerra civil, donde el nuevo poder de los consejos tendría necesidad de especialistas.
88. Bilan Nº 35, Sept.-Oct. de 1936, "Problemas del periodo de transición", por Mitchell.
89. En una entrevista del 11 de junio de 1978 –por Fred Ortmans y Piet Roberts, en K7– Jan Appel menciona una discusión con Gorter, a Pentecostés de 1927, sobre los "Grundprinzipien" en presencia de Piet Coerman y Jordens. Gorter estaba en desacuerdo con Appel, y aprobaba la visión centralista de Lenin del Estado en El Estado y la Revolución: una producción organizada como en los ferrocarriles.
90. PANNEKOEK, Herinneringen uit de arbeidersbeweging, 1944. Editado con un relevante prólogo de B.A. SIJES, Van Gennep, Amsterdam, 1982, pág. 215,.
91. PANNEKOEK, Los Consejos Obreros, Bélibaste, París, 1974. Edición preparada por un Colectivo de trabajo francés alrededor del Informaciones y Correspondencia Obreras (ICO), que publicaba la revista del mismo nombre. Las citas se extraen respectivamente de las páginas 78, 84-87, 125-126.
92. Los Consejos Obreros', capítulo "La acción directa".
93. Los Consejos Obreros, capítulo "Pensamiento y acción".
94. Vea La izquierda comunista italiana, capítulo 4.
95. Los Consejos Obreros', capítulo 3 "La ocupación de la fábrica".
96. Vea El Nuevo Mundo, folleto, 1947, pág. 12. En la "Bond", como en Pannekoek, hay una tendencia a considerar los comités de huelga como organizaciones permanentes, que continuan después de la lucha. De esto viene en Pannekoek la llamada a formar –después de la huelga– pequeños sindicatos independientes, "formas de agrupamiento intermedias..., después de una gran huelga, núcleo de los mejores militantes en un solo sindicato. En todas partes donde una huelga estallaría espontáneamente, este sindicato estaría presente con sus organizadores experimentados y sus propagandistas." (Los Consejos Obreros', pág. 157.)
97. Tesis sobre la lucha de clases, en S. BRICIANER, op.cit.
98. Los Consejos Obreros', capítulo "La revolución de los obreros".
99. Los Consejos Obreros, capítulo "La organización de los consejos".
100. Marxismo viviente, noviembre de 1938, "Observaciones generales sobre la cuestión de la organización".
101. Ibídem.
102. Ibídem.